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Archivos, historia, memoria, lucha social y reconciliación

A propósito de Cadáveres de papel. Los archivos de la dictadura en Guatemala [1], de Kirsten Weld)[2]

Edeliberto Cifuentes M.
Historiador / USAC

La sociedad guatemalteca vive en la actualidad momentos cruciales de su historia, profundizadas todas las miserias que existían antes del conflicto con la avalancha de la globalización de los mercados con su cauda de generalización de la violencia, destrucción del  ambiente, banalización de las instituciones  y la ampliación de la pobreza; el control social, ejecuciones extrajudiciales y criminalización de las demandas populares siguen vigentes; ante esto las luchas por los derechos humanos de primera o de segunda generación, por la construcción de una memoria social  e historia alternativa, reflexionar sobre la función de los archivos, la historia y memoria son tareas urgentes.

El libro de Kirsten Weld: Cadáveres de papel. Los archivos de la dictadura en Guatemala, publicado por la Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales en Guatemala (AVANCSO) que sale a luz, en estos días del mes de julio, se inscribe en esas luchas.

Está escrito con mucha lucidez, profundidad, seriedad, y  en la perspectiva de ser  parte de las luchas que se libran en la actualidad, en un Estado que se confirmó, después de la firma de los Acuerdos de Paz  a contrapelo de los valores más fundamentales de la condición humana, y que por ello, precisamente se resiste a morir, aun cuando se encuentra con cuidados paliativos, y que sigue existiendo como tal; el contenido del libro está inscrito en las luchas y debates actuales, y ahí se orientan su diversos capítulos, aportes y temas.

El libro es un voluminoso expediente, en donde en 429 páginas, de manera original y amable (está escrito con anécdotas, citas y datos de entrevistas, que sirven de aperitivo o digestivo a los temas fundamentales), se sigue el proceso de transformación de un Archivo como institución de control social y métodos de dominación a un Archivo como instrumento de lucha política (lucha por una memoria alternativa y lucha contra los poderes dominantes), de formación de historiadores y archivistas amateur, como ella llama a los activistas, y de construcción de una sociedad verdaderamente democrática.

Siguiendo esta compleja trama, su autora va construyendo, un relato extraordinario. Es extraordinario, por la misma definición del concepto extra-ordinario: fuera de lo normal y fuera de lo ordinario.Y es que hasta hoy no existe otra publicación que haya roto con las formas tradicionales o fragmentarias  de mirar la unidad de análisis, en este caso el Archivo de la Policía Nacional, y de exponer el resultado de sus investigaciones, descubrimientos, de sus afirmaciones y de sus conclusiones, de una manera igualmente distinta a las narraciones lineales o positivistas, en tanto que la autora, solo utiliza la evolución de las estructuras del archivo de la PN para plantear diversas problemáticas, que se deben asumir para lograr revertir todo un denso pasado, signado por la persecución a la disidencia y parapetado en el terror.

Puedo afirmar que por sus métodos de investigación, por su formar exposición y por la implicación de la  autora en las conclusiones y afirmaciones, es un libro ruptura. Es decir, un libro que propone nuevas formas de ver los archivos, el trabajo archivístico, la investigación historiográfica, la articulación de la memoria con la historia y la sensibilidad del historiador ante los problemas, hechos y procesos de la sociedad desde la cual está construyendo su discurso: no es un libro sobre el pasado, es un libro sobre el presente; no es un libro sobre los archivos de la muerte, es un libro por la recuperación y construcción de la vida.

Destacaré breve y rápidamente algunos de los aportes que considero muy importantes, en tanto que el libro presenta hechos y proceso novedosos y reflexiones serias y actuales, que dan material para debates, comentarios, polémicas y críticas; pero, especialmente, porque considero que es un libro de lectura obligatoria para todos los que nos preocupamos del oficio de historiar, incluso desde las más diversas perspectivas metodológicas y políticas.

Un primer elemento extraordinario es que su autora utiliza lo que en Historiografía llamamos el método viviencial y que ella recupera desde la Etnografía. En efecto, ella vivió en primera persona, en su subjetividad, los pasos en la recuperación del Archivo como fuente de control social hasta su conversión en una fuente de elaboración del duelo para sus jóvenes y viejos militantes, en la recuperación de los documentos, recuperación de la memoria y de la lucha frente a los poderes establecidos, todavía dominantes y decididos a bloquear, sabotear o destruir el proceso de rescate y recuperación.

Las luchas entre las archivistas y los activistas, enfrentados por las urgencias existenciales de estos, y los requisitos de orden original, procedencia y descripción archivística, de las primeras. Las luchas entre los jóvenes y los viejos activistas. La Dra. Weld, detalla con precisión quirúrgica esas luchas y narra la feliz convergencia final.

Kirsten Weld se implicó en el trabajo como una activista más, incluso difirió su trabajo, propiamente investigativo, con el objetivo de sufrir o compartir las tensiones de los que estaban comprometidos en la empresa de investigar, incluso el destino de sus propios familiares, y descubrir que con ello se convertía en un factor de constitución de la conciencia social.  También pudo ser testigo de la ansiedad y expectativas que causó, en algunos, el encontrar datos sobre algunos de los 45 mil desaparecidos en el marco del conflicto armado interno.

Comprendo claramente, la situación y condición dezozobra y tensión de los activista de derechos humanos y de los colaboradores con Kirsten Weld, porque, al menos en los meses de julio a septiembre del año 2005 en  la institución del Procurador de los Derechos Humanos se vivía, igualmente, una tensión muy fuerte, en tanto desde la oficina del Procurar habrían surgido posturas contrarias al rescate del archivo de la PN y su importante rol en la investigación de la violación de los derechos humanos durante el conflicto armado interno, y se conjeturaba que el Procurador y la misma institución podían ser objeto de represalias.

Para los trabajadores que fueron asignados a la labor de recuperación inicial de julio a septiembre de ese año, a la atmósfera de tensión externa se añadía la tensión de realizar los trabajos bajo la mirada del comando de expertos en desactivación explosivos, que utilizaba parte del local como habitaciones  en el lado sur, y en lado norte del archivo otro grupo de la PNC que lo utilizaba igualmente como pabellones de dormitorio, con quienes se convivía, en una relación de abierta desconfianza y celo mutuo. La autora anota que, ni mucho menos en aquellos momentos, el gobierno no estaba empeñado en la transparencia, como hasta hoy.

La fase etnográfica es, pues, una manera de implicarse en la unidad de análisis que, en tanto que sujeto participativo, implica una sensibilidad compartida con los involucrados en la tarea de reconstruir con objetivos contrapuestos a los de control social. Una particularidad del libro, es pues, que está construido desde la militancia e implicación de su autora en los objetivos de recuperación y de construcción del archivo, pero esencialmente, en las luchas por la vigencia de los derechos humanos, la verdad y la justicia.

Otro de sus aportes, es ubicar el descubrimiento, rescate o recuperación del archivo en las coordenadas de los debates por lo que ella llama “guerra de los archivos”, que se había iniciado muchos años atrás.

En efecto, después de su ubicación, “accidental”, por personal de la PDH, su recuperación como instrumento para la investigación en la violación de derechos humanos no es “accidental”. En principio porque la elección del procurador Sergio Morales Alvarado había sido impulsada por organización de defensa de derechos humanos, y seguidamente porque dentro del personal cercano al procuradora había personas que llegaron a la oficina del Ombudsman con esa misión; se puede mencionar a los funcionarios Juan Ramón Ruiz, Amílcar Méndez, María Eugenia Morales de Sierra, Edgar Celada Quezada, Carla Villagrán y  Conrado Martínez, como directamente involucrados en este objetivo. El PDH también contaba con el apoyo de Iduvina Hernández y Claudia Samayoa, importantes activistas por los derechos humanos, y desde luego para tomar la importante decisión consultó con todos ellos: finalmente la necesidad histórica atrapaba a la casualidad. Lo anterior, también explica porque otros archivistas e historiadores que conocía de la existencia del Archivo de la Policía Nacional, no se preocuparon por su rescate.

Otro aporte clave en la construcción de un Estado de terror, detalla en su libro la Dra. Weld, es el apoyo de institucional de EE.UU para las operaciones de control político y contrainsurgencia. Dentro de una estrategia de aplastar “los horrores exóticos de la Primavera Revolucionaria”; pero a la vez, “la contención de una nacionalismo económico”, cuestión que pone en evidencia el control político hacia la disidencia revolucionaria, pero a la vez de las oligarquías terratenientes en el orden económico.

Con datos y detalles, la autora relata, este maridaje entre las distintas instituciones de cooperación de EE.UU. y la estructuración de la PN y otros organismos para efectos de control social y  contrainsurgencia: conocer e impulsar los actos terroristas en contra de la población guatemalteca fue parte del trabajo que funcionarios estadounidenses especializados en los métodos más despiadados de control y  persecución política.

Entre líneas, aunque de manera clara se plantea cómo gobiernos sedicentemente democráticos como los de Julio Cesar Montenegro y Vinicio Cerezo Arévalo fueron cómplices y autores de las ejecuciones extrajudiciales de la época. En ese apartado encontramos, igualmente, una crónica de los “Escuadrones de la Muerte”, organizados desde las entrañas de los responsables de la política contrainsurgente, y un breve pero importante aporte al conocimiento del vertiginoso ascenso del movimiento popular en el segundo lustro de los setentas. Tomando como recurso la cronología de las estructuras policiales, Kirsten Weld construye una seria y documentada historia social y política de los años sesentas y setentas

Asistimos, también con la lectura del libro, a un debate de alto nivel historiográfico, planteado a partir de la experiencia de los activistas por los derechos humanos al enfrentarse con su pasado a partir de un encuentro con los victimarios, y asumir una postura hacía el futuro; pero su condición de ex militantes y la urgencia de conocer la verdad los encara con los procesos archivísticos; la autora narra con precisión de etnógrafa esos conflictos que viven quienes lucharon de lado de la historia sin que la tremenda maquinaria estatal los derrotara, y que a pesar de que los ha negado, vilipendiado y criminalizado, su justa y digna lucha sigue adelante.

El debate planteado a nivel académico es un tema ontológico; a nivel psicoanalítico: existencial.  Es el debate por la memoria y la acción en el presente, es el debate por la historia y su función social, es el debate de los archivos como reservorio de justificación de la inexistencia del pasado real, o los archivos por la construcción humana. Aquí, como en todo el libro, estará presente la mirada benjaminiana, foucaultiana, gramsciana y arendtiana de la autora: los archivos como control de la memoria, de la historia, o como instituciones de contramemoria y contrahistoria.

Aquí es importante, plantear las siguientes preguntas: ¿Qué carácter tiene en la actualidad el Archivo Histórico de la Policía Nacional? ¿Pasó a constituirse en una institución de los victimarios, como lo afirmó en su momento el historiador Jorge Mario García Laguardia? ¿O sigue siendo un proyecto político de demanda de justicia de las víctimas?

También, resulta edificante encontrar en el libro, que a través de la experiencia de los activistas, sí es posible y necesario articular nuevas formas de lucha desde los micro-espacios, desde las diversas instituciones: la archivística como recurso de combate, la historia como herramienta de transformación y de formación concienciación social y política. Para decirlo en otras palabras, toda institución responde a intereses de clase: construir la historia es un arma para la revolución o un arma de la reacción, el pasado implicado en el futuro en ambos casos, pero que se diferencia por el comportamiento ético del historiador, del archivista y del activista social.

Pero también, reflexionar a partir de la lectura del libro: que la politicidad y la política es un proceso complejo; que no es un simple posicionamiento ideológico, como decirse “crema o rojo”. Implica conocer la historia desde su totalidad, y como esa totalidad es diseñada para “vigilar y castigar”, para reprimir y para la utilización del terror, que también el genocidio no es  hecho o proceso pasajero, sino una herramienta, aplicada desde la conquista hasta nuestros días.

Sobre esta maquinaria del terror la autora afirma: “El volumen masivo de información sobre control social y estatal, sobre informantes, vigilancia, autos sin placas, oficiales vestidos de civil, redadas y barridas urbanas, asesores internacionales, cargamentos de armas y tecnologías de comunicación, viajes realizados por agentes de la PN a cursos de entrenamiento en Estados Unidos y cosas así, hizo aflorar una vez más amargos recuerdos de una insurgencia dividida, superados en lo militar, desprevenidos ante la matanza indiscriminada que el Estado estaba dispuesto desatar contra la población civil” (p.185).

La experiencia de los activistas, comprometidos con el rescate y reconstrucción del archivo, llevó a la profesora Weld a plantear la importante misión de los historiadores y los archivistas y los activistas por los derechos humanos, en cuanto a la ruptura del tiempo homogéneo. Para ello, cita a Archille Mbembe: “seguir huellas, regresar en su lugar fragmentos y escombros, y reensamblar restos, es implicarse en un ritual de lo cual resulta la vida, devolver los muertos a la vida reintegrándolos al ciclo del tiempo”. (p. 169).

Se, trata, pues, de una práctica y visión alternativa; se trata de hacer causa común con los reprimidos, con los olvidados, con los negados, y con ellos construir un tiempo alternativo, restituir sus luchas, sus sueños, sus esperanzas: el trabajo archivístico, el trabajo del historiador es en esa dimensión un acto por la vida, es hacer añicos las visiones y prácticas castrantes y hegemonizantes: se trata de “asignar  actoría, subjetividad e identidad a los muertos” (p.177).

Desde esta perspectiva, los contenidos del libro planteando una nueva manera de hacer la archivística, de hacer la historia; pensar la historia y la archivística desde abajo, desde los sueños y las esperanzas de los oprimidos, o sea, como afirmaría Benjamin:  “La historia de los oprimidos es un discontinunm. Tarea de la historia es adueñarse de la tradición de los oprimidos” (p.43). El apartado: “conciencia y compromiso: las motivaciones de los trabajadores”, va en esa dirección: la rabia y el dolor convertida en lucha y esperanza.

Un tema muy importante, a partir de la experiencia de los activistas-trabajadores y los integrantes de la PNC, es el proceso de reconciliación, que no podemos plantear in extenso en esta presentación, pero se puede decir que la experiencia del archivo como experiencia de vida, permite afirmar que la reconciliación solo es posible desde abajo, y no desde arriba e institucionalizada, como finalmente derivó.

El libro está estructurado en espiral-dialéctica: parte de un núcleo que es la reestructuración del archivo y la experiencia de los activistas-trabajadores; a partir de este núcleo se abordan temas como las tribulaciones de recuperación y construcción del archivo, la construcción de la maquinaria de la represión y terror, con una importe apoyo-complicidad de la AID, los diversos sujetos implicados, las luchas sociales y políticas y su expresión en la coyuntura actual.

Utilizando la técnica de la cámara de cine, se puede empezar por cualquiera de sus apartados y de ahí a la izquierda o a la derecha darle continuidad a la lectura y con ello tener la comprensión del todo: la existencia de una sociedad en permanente “estado de excepción”, como ya lo afirmara Walter Benjamin: una construcción muy pocas veces lograda de historia social e historia política de la segunda mitad del siglo XX.

Desde luego, la recomendación es que se lea tal como está en su presentación, pues si bien se puede realizar una lectura utilizando la cámara de cine, no podemos olvidar que todo conocimiento se adquiere de manera estructural y estructurante, es decir, las partes leídas o asimiladas se constituyen en base para la mejor compresión de las fases superiores, por ello la recomendación es que esta obra se leída tal como se presenta.

Con este trabajo se demuestra que recuperar la memoria de las víctimas es un proceso terapéutico para la construcción de una verdadera democracia, sin víctimas y victimarios, y que en todo caso: “los ojos de los muertos no se cerrarán jamás hasta que se haga justicia”.

Un libro elaborado desde la perspectiva de los dominadores, o desde un positivismo de academia es lineal y aburrido, un buen libro de ciencias sociales como es éste, escrito a la izquierda y desde abajo es un buen libro, en tanto que provoca no solo emociones, sino un diálogo consigo mismo y con las realidades, para confirmar o transformar las posiciones ontológicas: felicidades Dra. Kirsten Weld por este bello, edificante y combativo libro.

[1] Weld, Kirsten (2017) Cadáveres de papel. Los archivos de la dictadura en Guatemala. Guatemala: AVANCSO.

[2] El texto que se publica en Revista Análisis de la Realidad Nacional, es una versión ampliada del que el autor leyó el 5 de julio de 2017 en la presentación de la versión en español del libro de Kirsten Weld, realizada por la Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales en Guatemala. También sirvió de base a los comentarios que sobre el mismo libro realizó el Dr. Cifuentes Medina en su presentación en la Feria Internacional del Libro en Guatemala, el 14 de julio de 2017.

Fuente: Revista Análisis de la Realidad Nacional