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Breve tango sobre una arañita tejedora que bailaba en la palma de una mano peluda y dura.

Nuestra campaña electoral está siendo ―tal y como había sido predicho― sangrienta. Por todos lados se asesina a candidatos a alcalde y otros puestos públicos, al mismo tiempo que se incrementan las ofensivas pandilleras y los asesinatos de indudable impronta narco. Esta es la violencia que el candidato de la Mano Dura ofrece erradicar. Y, si gana las elecciones, mágicamente esa violencia se esfumará como si él mismo estuviera provocándola.

La contendiente más tenaz de Mano dura, apodada por su ex esposo Arañita Tejedora, parece estar decayendo en su imparable impulso hacia arriba, y uno se pregunta a qué puede deberse este desacelere cuando todo le pintaba tan bien. Se vienen a la mente tantos factores que pueden estar influyendo en su notorio debilitamiento, que no sabe uno por cuál empezar, sobre todo si se toma en cuenta que su bajón no se debe a las encuestas (ya Humala las desmintió contra toda la labia de esa nueva especie que oscila entre el intelectual y el astrólogo y a cuyos miembros se les conoce con el nada sugestivo nombre de “analistas”). La respuesta debe estar en otra parte. Y yo, no sé por qué, pienso en su anillo de asesores.

Desde que resultó claro que la señora tiene grandes posibilidades de ganarle a Mano Dura y que eso implica desafiar a la oligarquía para convertir el asistencialismo en una política de nivelación social mientras se echa a andar un proyecto productivo que absorba a las pobrerías en el empleo (y que para que esto funcione hay que tomar distancia tanto de Chávez como de cualquier otro experimento económico latinoamericano que deseche el neoliberalismo), he notado cierto desconcierto en el anillo asesor de la Arañita Tejedora, no sé si porque le queda grande el traje, porque está siendo blanco de ofertas que no puede rechazar o porque ya pactó con Mano Dura sobre que primero yo y después tú. En este país, el socorrido recurso periodístico y sociológico del realismo mágico y el surrealismo sólo sirve ya para evidenciar lecturas literarias trasnochadas por parte de gente de la prensa y de las ciencias sociales. Lo que procede ―si de símiles literarios se trata― es equiparar nuestra realidad política con los “cadáveres exquisitos” de la vanguardia parisina de los años 20 del siglo pasado.

Si no se inscribe a la señora como candidata o si renuncia a nadar antes de echarse al agua, tendremos que establecer las razones oscuras de tal decisión política. El desconcierto del anillo de asesores quizás venga de que como ellos no se asesoran, pueden sentirse genuinamente desconcertados ante las tácticas de Mano Dura, pues es obvio que “no ven” muchas cosas que están ante sus ojos. Por ejemplo la necesidad de lanzar campañas relámpago de educación popular que, ya desde el poder, se constituyan en políticas de Estado, tanto en materia histórica como ciudadana, y que vinculen a la clase política con el pueblo sin que medie asistencialismo ni demagogia. Pero no ven esta necesidad. Y se ensimisman y aíslan, pasando de la ofensiva a la defensiva en la lucha ideológica.

Igual que Ramiro de León y Portillo, la señora está en una posición que le puede permitir dar el primer paso hacia el tránsito de esta democracia corrupta y oligarquizada que tenemos, a una de participación ciudadana y hacia un capitalismo moderno. El precio a pagar es enfrentar a la oligarquía tal como lo hacen Lula y Dilma, Evo, Correa y de Kirschner. Pero si ―como de León y Portillo― ella echa por la borda esta oportunidad, la historia tampoco la absolverá.

Mario Roberto Morales
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