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Arácnido en su red

Sobre falsas autorías y liviandades intercomunicadas.

Mario Roberto Morales

Recientemente descubrí que en el sitio electrónico deguate.com se encuentra publicado un poema llamado “Fragmento (1964)”, cuya autoría equivocadamente se me atribuye (http://www.deguate.com/artman/publish/mariorobertomorales/fragmento-1964-poema-de-mario-roberto-morales.shtml). El mismo fue “posteado” el 2 de junio del 2014 y la fuente que se consigna es campodemaniobras.blogspot. Visité este sitio y no pude hallar el “post” original. Para los efectos que correspondan, hago saber a quienes administran deguate.com que yo no soy el autor de ese texto y que lo que procede es eliminarlo o bien adjudicárselo a su verdadero autor. Quiero dejar claro que no dudo de las buenas intenciones de quienes colocaron este texto en la red adjudicándomelo erróneamente a mí. Y espero que quienes lo hayan hecho comprendan mi alarmada sorpresa al verlo, pues algo así puede dar lugar a que se piense que yo me lo atribuyo en alguna parte y que el mismo fue tomado de una obra firmada por mí. Dejo hecha, pues, esta aclaración, por medio de la cual me desligo de cualquier responsabilidad relativa a la autoría del mencionado texto.

A propósito, la paternidad de un texto es propiedad intelectual de quien lo escribe, por lo que el plagio constituye un delito que atenta contra los derechos de autor. Nada hay más ominoso para quien hace literatura que el plagio. Es algo que cualquier escritor responsable rehúye con disciplina porque la apropiación de un texto ajeno denota una flagrante falta de ética profesional y una bajísima autoestima intelectual, rayana en la locura de la envidia y el resentimiento. Por el contrario, el ejercicio responsable de la creación literaria sirve como terapia para liberarse de las emociones negativas, pues escribir con responsabilidad equivale a ejercer la sinceridad, aunque para hacerlo el autor recurra a la ficción. Si lo hace, la misma trabaja como un espejo en el que los personajes le devuelven a su creador diferentes facetas de su psique y de su universo emocional. Recordemos al respecto la socorrida (pero no por ello menos ilustrativa) aseveración de Flaubert cuando dijo: “Madame Bovary soy yo”. O aquella otra, adjudicada a Rulfo: “Yo también soy hijo de Pedro Páramo”. La autoría es, pues, una firma hecha con sangre, sudor y lágrimas. Mientras que el plagio no pasa de ser un vulgar hurto, un escamoteo de la sinceridad, una farsa lastimosa.

Ahora bien, la adjudicación errónea de un texto a un autor que no lo escribió no es un plagio, sino un simple error (voluntario o involuntario). De tiempo en tiempo circulan por internet textos cursis atribuidos a García Márquez y a Pablo Neruda, sobre todo, pero en realidad son pasajes melodramáticos del tipo de los “libros de autoayuda”. Esos pesados monumentos al conductismo, el dirigismo y la imitación conductual acrítica. Al respecto, en las redes sociales abundan los “juicios críticos” de pensadores de Facebook, tales como: “¡Genial!” o “¡Buenísimo!”. Ni modo. Vivimos una era en que la abundancia de los medios para comunicarnos contrasta con los exiguos contenidos que tenemos para compartir. Intelicidio le llaman. Por eso, la red aguanta con todo y muy poca gente lo advierte y menos lo hace ver. Es “natural”: en nuestra mencionada era, el pensamiento crítico ha quedado inmovilizado en la telaraña mundial y el arácnido de la ignorancia globalizada lo devora con alegre y despreocupado deleite.

Mario Roberto Morales
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