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Apuntes para cerrar el año

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

Arribamos hoy al 19 aniversario de los Acuerdos de Paz de 1996. La conmemoración tiene en este año un componente novedoso, porque 2015 fue un año excepcional, memorable. ¿Y qué año, en realidad, no lo es? Pero este que termina dentro de dos días tiene un sabor colectivo inolvidable: fue el año en que muchos nos encontramos, amigables, en la plaza.

Cada quien hará su propio balance de los resultados y los momentos relevantes del año en que nos juntamos en la plaza; también en esto hay espacio para los desacuerdos, así que debe reservarse ese trabajo a la historiografía que ya empezó a construirse.

Los hechos son conocidos pero cabe anotarlos: destape del caso La Línea por parte del Ministerio Público y la Cicig; reacción ciudadana —primero espontánea y limitada, creciente y cada vez más organizada, después—; nuevos casos de corrupción pública destapados y judicializados; aumento de la presión ciudadana, las manifestaciones sabatinas se “institucionalizan” y extienden nacionalmente.

Crece la ola en demanda de la renuncia de Roxana Baldetti; el gobierno de Otto Pérez Molina se tambalea, no logra estabilizarse después de la dimisión de aquella y la designación de Alejandro Maldonado Aguirre como nuevo vicepresidente; los indicios de la complicidad presidencial aumentan la indignación social, pero en la plaza y en las calles las exigencias ciudadanas apuntan con fuerza hacia el conjunto del sistema político, se rechaza a los candidatos tradicionales, se piden reformas electorales y posposición de los comicios de septiembre.

En medio de una creciente crisis de legitimidad, Pérez Molina se sostiene únicamente por el bochornoso apoyo del embajador estadounidense, Todd Robinson; finalmente, Thelma Aldana e Iván Velásquez clavan las banderillas: se formaliza el encausamiento judicial de Pérez Molina y el paro nacional del 27 de agosto es la estocada última para la caída incruenta del gobierno de “mano dura”, que, según el decir popular, más bien fue de “mano peluda”.

EdgarCeladaQ

El desenlace es sabido: asume Maldonado Aguirre como presidente y Alfonso Fuentes Soria como vicepresidente, Pérez Molina va a la cárcel; el establishment se aferra a las elecciones como tabla de salvación para atajar la crisis de legitimidad, la mayoría de la población muerde el anzuelo y acude a las urnas a terminar el trabajo: derrotar a quienes identificaba como continuidad del régimen corrupto, aunque fuera a costa de elegir, como finalmente ocurrió, a un candidato casi sin partido, sin propuesta estratégica, sin las credenciales suficientes para dirigir al país en medio de la crisis política, financiera, institucional y de credibilidad más severa desde la promulgación de la Constitución Política de la República en 1985.

¿Cuál es el balance?

Sin duda, el mayor logro fue haber salido, en forma pacífica y mediante una amplia participación social, de un gobierno nefasto cuya continuidad se proyectaba por vía electoral a través de una alianza perversa, oportunamente derrotada en las urnas.

Pero el proceso quedó truncado, a medias. El statu quo logró recomponerse y busca ahora la continuidad de un modelo gatopardista iniciado con Maldonado Aguirre, llamado a proseguir con Jimmy Morales y Jafeth Cabrera, acompañados por un “nuevo” Legislativo en el cual seguirán pesando, de forma decisiva, las mismas corrientes políticas protagonistas del sistema en crisis.

Luego de la constatación anterior, se corre el riesgo de llegar a conclusiones de corte maximalista: “tanto esfuerzo, para seguir en lo mismo”, “esto nunca va a cambiar”, “vivimos en una sociedad irremediablemente conservadora”, etcétera.

Aunque haya algo de verdad en esas expresiones, tienen al menos dos problemas: conducen al conformismo (exactamente lo que busca el sistema) y, más importante, ignoran lo nuevo, el mayor resultado positivo del año: una sociedad que echó a andar, que se sacudió el marasmo y puede poner en jaque la anomia prevaleciente.

Hay, en este punto, la necesidad de una evaluación cualitativa, necesariamente mesurada. No estamos ante “la marcha de gigantes” que alguna vez proclamó la retórica incendiaria de la Segunda Declaración de La Habana, pero si asistimos a la emergencia de nuevos actores sociales y políticos, cuyos procesos de maduración orgánica están en curso. (Maduración literalmente organizativa, pero también teórica y programática: sin teoría no hay acción democrática y revolucionaria viable).

La experiencia social desarrollada por decenas de miles de personas, de abril a agosto, debe valorarse en sus alcances, limitaciones y potencialidades. Ni un contingente de borregos manipulados arbitrariamente desde maléficos poderes imperiales orquestadores de las redes sociales, ni una masa revolucionaria con conciencia social dispuesta a tomar el cielo por asalto: fue una expresión de la sociedad guatemalteca, tal cual es a 19 años de los Acuerdos de Paz.

Debe repensarse el movimiento ciudadano de 2015, para no caer en las trampas del desánimo y el voluntarismo. Ambos se apoyan en la práctica de la “llamarada de tuza”, que impide conectar la necesidad de la organización, la propuesta y la acción frente a la crisis profunda en que puede seguir hundiéndose el país.

De verdad, más allá de la consigna, esto apenas empieza.

Fuente: [http://www.s21.com.gt/m/mirador-kaminal/2015/12/29/apuntes-para-cerrar-ano]

Edgar Celada Q.
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