Ayúdanos a compartir

Guisela López[1]

El viento solo es triste
cuando perece
el nido de las utopías.
Julio Palencia

El ámbito de la literatura es un espacio vivo, en el que la realidad se recrea con una dinámica propia. Quienes escribimos, argonautas de la palabra, nos lanzamos a la navegación siguiendo coordenadas distintas: Hay quienes ven en el quehacer literario una manera de ser. Para otras personas la escritura se trata de validar su voz. Están quienes otorgan a la literatura un carácter místico-ritual para la sanación y quienes dedican su vida a la búsqueda de una piedra filosofal de la creación. En contraposición están quienes se exilian en las letras para huir de la realidad y no faltan quienes la convierten en un lugar obscuro y sórdido, incluso inteligible. Tampoco faltan –espíritus traviesos– que asisten a la escritura como a una fiesta, encontrando en la posibilidad lúdica de la palabra el fundamento de su expresión. Y finalmente estamos quienes buscamos la manera de pronunciarnos a través de la pluma, quienes indagamos el modo de hacer de la escritura un medio para incidir en esa realidad de la que formamos parte.

Independientemente del motivo que nos mueve, tarde o temprano arribaremos a la orilla y llegará el momento de asumir una postura. Un significado que vendrá a definirnos como una opción de vida. No se trata de invalidar, una u otra manera de aproximación a ese viejo oficio de los signos y las sonoridades, el mar que transitamos es el mismo: La construcción de un Ars poético que oriente nuestro ejercicio de la palabra.

Para Graciela Hierro el arte, la literatura y la poesía son formas de conocimiento y como tal también están sujetas a una toma de posición. Una posibilidad sería asumir la escritura como un acontecimiento intelectual desprendido de sus relaciones con la práctica. De modo que quien conoce y por lo tanto escribe, podrá asumirse un espectador desinteresado, afín a las ideas planteadas por Platón en el diálogo Teeteto. Otra opción sería asumir la escritura como una manera de vivir y por lo tanto el conocer –escribir, producir arte– también implica actuar, coincidiendo con la postura de Sócrates en el diálogo Menón (Hierro en Montecinos & Obach, 1999).  

Según Hierro existen tres formas tradicionales de acercarse a la ética que resultan fácilmente aplicables a la literatura. La primera es el liberalismo, que hace énfasis en la persona autónoma que decide libremente como actuar o sobre qué escribir; la segunda es el naturalismo que ve en la naturaleza humana la base para generar nuestras elecciones, y desde el cual la escritura pasa a ser simple reflejo de la vivencia humana. La tercera forma es el constructivismo que presume la prioridad histórica y epistemológica de lo social sobre lo individual y que en este caso sitúa a quien escribe como un vocero de la historia, capaz de plasmar en su escritura la síntesis de la realidad (1999).

De este análisis surge la necesidad de reflexionar no solo sobre el sentido personal de la escritura, sino sobre la manera en que las letras vinculan, ese ser individual con su contexto. Podemos encontrar múltiples ejemplos de cómo la literatura recrea un momento histórico con sus interrogantes, paradigmas, vacíos y fantasmas. Un ejemplo al respecto es presentado por Soriano en relación a la percepción de la violencia desde diferentes contextos. Ya que mientras Adorno considera que después de Auschwitz es imposible escribir poesía, desde Latinoamérica algunos han contestado a la frase de Adorno diciendo que no solo se puede escribir después de Auschwitz, sino que no se puede no escribir después de Auschwitz” (Soriano en Hurtado, Tobar, Martínez, Ramírez & Melchor, 2017, pp.38-39).

Es así como la literatura adquiere connotaciones éticas, desde las cuales se dimensiona la escritura como un hecho de ineludible responsabilidad. Esta ineludible toma de partido, crea una constante que determina una opción de vida. Cuando escribimos asumimos una posición ante la realidad, pero además establecemos una relación con la historia, con el pasado, pero también lo hacemos de cara al porvenir. Cuando escribimos, abrimos veredas para quienes nos suceden, no en balde será de nuestras vides que abrevaran el vino quienes habiten el tiempo venidero.

Pero si bien el contexto ejerce una influencia sobre la propuesta literaria esta no debe ser tal que consiga desviarnos de nuestra propia Ars poética. De manera que, de ser necesario, habremos de recurrir –como lo hiciera Ulises– a tapar nuestros oídos para no sucumbir al canto de sirenas, que desde este siglo XXI, nos seduce con sus emblemas neoliberales de una estética light, suntuaria, clientelar. Una ética de libre mercado instalada entre los dorados matices del performance post moderno, en donde la obra de arte se asemeja más a una mercancía.  Y cada artista llena el perfil de agente empresarial.

Es necesario cuestionar una visión de la escritura como valor de cambio en el mercado de un tiempo sin memoria. Una literatura así, no podría jamás reflejar la compleja diversidad que guarda la dialéctica de la vida.

Así que, si damos crédito a las palabras de Luis Cardoza y Aragón sobre que la poesía es la única prueba concreta de la existencia humana, quienes escribimos tenemos un compromiso de enormes proporciones. Un compromiso que debe convocarnos a reflexionar permanentemente sobre la ética y la estética que dan significado a la escritura y su huella en el porvenir.

Referencias

Hierro, Graciela. (1999). En Sonia Montecinos y Alejandra Obach. Género y Epistemología: Discurso y disciplinas. Programa Interdisciplinario de Estudios de Género, Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile. Santiago 1999.

Soriano, Silvia. (2017). Violencia y narración en Guatemala: Atreverse a nombrar. En Saúl Hurtado, Gladys Tobar, Lino Martínez, Alfredo Ramírez & Guadalupe Melchor. Literatura y violencia en Guatemala. Testimonio y literatura de la guerrilla guatemalteca (1960-1996) Universidad Autónoma del Estado de México.


[1] Doctora en Estudios de Género por la Universidad Internacional de Andalucía, España. Comunicóloga y especialista en estudios de género por la Universidad Autónoma de México (UNAM). Investigadora y docente. Coordinadora de la Cátedra Alaíde Foppa y el Seminario de Literatura Feminista y Ciudadanía. Cuenta con numerosas publicaciones en literatura y comunicación.