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Anahí Barrett

Hoy recibí la invitación a ser una testigo periférica de mi pasado. Estando allí, en aquel asado familiar, me rendí ante un oleaje de reflexiones que inundaron mis pupilas. Sus retóricas risas, la naturalizada, ágil y resuelta bienvenida a nuevas novias, a nuevas esposas, las hilarantes, celebradas e hirientes jocosidades machistas, los silencios ante lo evidente, los velos de alquitrán en las miradas… todas aquellas pinceladas se agolparon construyéndose en el único filtro de mi volátil presencia ante aquella pequeña verosímil gran ventana. Un escaparate en el que se asomaba lo que fue sentirme ser antes… con ellos. Un clan que adopté durante 28 años de matrimonio.

Al finalizar mi cerveza, decidí y procedí a despedirme. Con cada sorbo fue vertebrándose un estado casi disociatorio de aquel escenario. Una sucesión de actos tan domesticados por mi caduca cordura. Y luego, ante un ritual de abrazos y besos mecánicos, mi epidermis comunicó al resto de mi organismo el efecto de alivio en ellos ante mi anunciada próxima ausencia. Mi auto destierro se convertía, lentamente, en un remedio recíproco.

Transitando hacia casa, pensé en mi antes con ellos y en mi después de ellos. Aquellas que primitivamente fueron cavilaciones gaseosas abandonaron ese estadio para adquirir el de la certeza concreta. Ya nada de mi estructura presente lograba acuerparse en aquel ordenamiento. Perdí, o quizá abandoné, aquel código. Ellos seguían siendo ellos pululando en su bucle y yo… YO era otra.

En el transcurso de tres cuadras se desmanteló la agudeza sensorial de su retirada. Esa que había resultado en una profunda experiencia de sentirme ajena, desarraigada a partir del exilio impuesto de sus vidas. Aquella convicción de saberme ser parte simplemente había sido exterminada como el rayo despiadado que fulmina al árbol huérfano en la intemperie. La implacable cadena de momentos en que enfrentaba la experiencia de la insignificancia misma dio paso a otra especie de desarraigo. La disolución como crecimiento. Una energía insólita se alojó para encargarse de censurar lo añejo y edificar lo ignorado en mi.

Borges alguna vez escribió: «somos los que se van», «incesantemente la rosa se convierte en otra rosa», «eres nube, eres mar, eres olvido. Eres también aquello que has perdido».

Esas vidas, esas risotadas, esos rictus, ellos… prescribieron. Ese clan dejó de precisarme. Para aquel linaje pasé a ser simplemente una sombra y ellos mi olvido.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Anahí Barrett
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