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Dios creó la destrucción creando
al hombre, que no para en su empresa
de conquistar todos los espacios,
tiempos, movimientos; que edifica
paraísos encima de infiernos,
basureros bajo la ignominia,
enclaves, imperios, vasallajes.

Su criatura, imperfecta, inexacta,
se impone todos los adjetivos
en la mente; se ufana, arrogante,
de sus medallas, trofeos, marcas;
el pecho condecora con cruces;
el fracaso de los otros goza;
lágrimas de dolor son su trono.

 

Se pasteurizan conciencias, dioses;
se industrializa el sexo, la alegre
mentira; se fabrican tormentas,
pestes; en centros asistenciales
se empeñan sentimientos descalzos,
promesas rotas, locos futuros
engendrados en sótanos muertos.

Fragmentos de espejos cortan vientos
de la desolación reflejada
en la luna morena de octubre.
Del caos sólo quedan vestigios.
Alumbrando para atrás camino
dando tumbos en el laberinto,
en el desconcierto de los mundos.

 

Los sueños que me quitan el sueño
nada tienen que ver con su insomnio.
Mis fantasmas cruzan tiempos, alas
de infinitud reman en la Vía
Láctea, que explota en arcoiris; piedras
que guardan la memoria de mundos
echan lumbre, alumbran mis senderos.

Los huesos de mis ancestros gritan
con su caligrafía trazada
con signos de interrogación, magia,
urdimbre de polen, mariposas;
guías de flores alumbran, buscan
ansiosas el origen del fuego,
el empalabramiento del mundo.

Fragmento del libro Almendranada, de Carlos López
Publicado por Editorial Praxis, México, D.F.

Carlos López