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Algunos aspectos de la escatología festiva de El señor presidente

Carlos López

La escatología como doctrina y como término para ubicar la escoria y la fetidez social, el reduccionismo del pensamiento, el ser social degradado, anulado; la inversión absoluta de la axiología, la ausencia de filosofía política del presidente guatemalteco Manuel Estrada Cabrera sirven como pilares en la construcción de El señor presidente, la novela más conocida y leída del Premio Nobel de Literatura 1967, Miguel Ángel Asturias.

La forma como se manifiesta lo anterior es la religión —primero y último recursos, principio y fin de ser alguien, algo—, la traición como modo de vida, el escarnio privado y público, la frustración, el arribismo como forma de ascenso en la escala social, la mentira convertida en verdad por tanto decirla, la intolerancia, el abandono, la soledad.

I

La escatología se manifiesta como método en donde de principio a fin no hay salida. La forma circular de la novela, que principia con una oración —«¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedra lumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la podredumbre, Luzbel de piedralumbre!»— y termina con otra oración —«Por los agonizantes y caminantes… Porque reine la paz entre los Príncipes Cristianos… Por los que sufren persecución de justicia… Por los enemigos de la fe católica… Por las necesidades sin remedio de la Santa Iglesia y nuestras necesidades… por las benditas ánimas del Santo Purgatorio»— parece un uroboros.

La acción gira siempre en torno de la fatalidad. Sin embargo, la dualidad fiesta-muerte se hace presente en la ambientación recreada por Asturias, que siempre encuentra un lugar donde hurgar al máximo las posibilidades del lenguaje, la sátira, la ironía, la oportunidad de crear neologismos poéticos.

Los esperpentos asturianos se mueven sin más lazo común que la miseria, maldiciendo unos de otros, insultándose a regañadientes con tirria de enemigos que se buscan pleito, riñendo muchas veces a codazos y algunas con tierra y todo, revolcones, en los que tras escupirse, rabiosos, se mordían. Ni almohada ni confianza halló jamás esta familia de parientes del basurero. Se acostaban separados, sin desvestirse, y dormían como ladrones, con la cabeza en el costal de sus riquezas: desperdicios de carne, zapatos rotos, cabos de candela, puños de arroz cocido envueltos en periódicos viejos, naranjas y guineos pasados, […] avaros de sus desperdicios, como todo mendigo, preferían darlos a los perros antes que a sus compañeros de infortunio.

Y se revuelcan en el otro extremo, traicionados por su antiguo amigo y confidente, el presidente, como en el caso de Miguel Cara de Ángel («bello y malo como Satán»): «La respuesta fue un culatazo: mas por pegarle en la espalda, le dieron en la cabeza, desangrándole una oreja y haciéndole rodar de bruces en el estiércol. Resopló para escupir el excremento; la sangre le goteaba la ropa, y quiso protestar».

II

En boca de los habitantes de Guatemala, país negado a la democracia, en donde el sistema político navega entre derecha neoliberal y derecha neofascista y hoy entre la derecha del espectáculo grotesco y el militarismo renovado con falsos aires democráticos, no hay afirmación que valga si es contraria a la del presidente: «pienso con la cabeza del Señor Presidente, luego existo, pienso con la cabeza del Señor Presidente, luego existo».

Las paredes oyen, las piedras sienten; el solo hecho de pensar algo en contra del presidente puede ser algo fatal. Así, las adhesiones no se hacen esperar. A mayor grado de servilismo el triunfo —vivir ya es un triunfo— puede dejar de ser un sueño. Como se ve en el siguiente discurso de un artista, el hombre ha perdido su espíritu:

—¡Patriotas, mi pensamiento es de Poeta, de ciudadano mi lengua patria! Poeta quiere decir el que inventó el cielo; os hablo, pues, en inventor de esa tan útil, bella cosa que se llama cielo. ¡Oíd mi desgonzada jerigonza…! Cuando aquel alemán que no comprendieron en Alemania, no Goethe, no Kant, no Schopenhauer, trató del Superlativo del Hombre, fue presintiendo, sindudamente, que de Padre Cosmos y Madre Naturaleza, iba a nacer en el corazón de América, el primer hombre superior que haya jamás existido. Hablo, señores, de ese romaneador de auroras que la Patria llama Benemérito, Jefe del Partido y Protector de la Juventud Estudiosa; hablo, señores, del Señor Presidente Constitucional de la República, como, sin duda, vosotros todos habéis comprendido, por ser él el Prohombre de «Nitche», el Superúnico… […] Y de ahí compatriotas, que sin ser de esos que han hecho de la política el ganapán ni de aquellos que dicen haber inventado el perejil chino por haberse aprendido de memoria las hazañas de Chilperico; crea desinteresada-íntegra-honradamente que mientras no exista entre nosotros otro ciudadano hipersuperhombre, superciudadano, sólo estando locos o ciegos, ciegos o locos de atar, podríamos permitir que se pasaran las riendas del gobierno de las manos del auriga-superúnico que ahora y siempre guiará el carro de nuestra adorada Patria, a las manos de otro ciudadano, de un ciudadano cualquiera, de un ciudadano, conciudadanos, que aun suponiéndole todos los merecimientos de la tierra, no pasaría de ser hombre. La Democracia acabó con los Emperadores y los Reyes en la vieja y fatigada Europa, mas preciso reconocer es, y lo reconocemos, que trasplantada a América sufre el injerto cuasi divino del Superhombre y da contextura a una nueva forma de gobierno: la Superdemocracia. Y a propósito, señores, voy a tener el gusto de recitar.

III

Consecuencia de lo anterior es la conformación de un ser social degradado. En su naturaleza, las condiciones de miseria no dejan lugar para su transformación. En lo social, alcoholismo, prostitución, corrupción, terror, traición, falta de confianza, discriminación, opresión, explotación, violencia, represión son sólo algunos de sus síntomas. En lo intelectual, la enajenación por convencimiento u obligación, el analfabetismo, el desprecio al saber:

No quieres entender que para ser algo en esa vida se necesita más labia que saber. ¿Qué ganas con estudiar? ¿Qué ganas con estudiar? ¡Nada! ¡Dijera yo un par de calcetines, pero qué…! […] ¡No faltaba más! Estudiar…, estudiar… ¿Para qué…? Para que después de muerto te digan que eras sabio, como se lo dicen a todo el mundo… ¡Bah…! Que estudien los empíricos; tú no tienes necesidad, que para eso sirve el título, para saber sin estudiar.

Ésta es una muestra del mosaico social de la novela:

Amigos del Señor Presidente, propietarios de casas —cuarenta casas, cincuenta casas—, prestamistas de dinero al nueve, nueve y medio y diez por ciento mensual, funcionarios con siete y ocho empleos públicos, explotadores de concesiones, montepíos, títulos profesionales, casas de juego, patios de gallos, indios, fábricas de aguardiente, prostíbulos, tabernas y periódicos subvencionados.

IV

En una sociedad así descrita los valores humanos están igual que una pirámide invertida, los valores que dan dignidad al hombre se invierten. Lo único que vale es el servilismo, el arribismo, la conducta trepadora. La negación de los valores humanos, de su axiología y su ética es casi absoluta.

Ni siquiera se observan los valores de la moral cristiana. A cada rato hay referencias directas a Dios y a la religión católica, de la que Asturias era seguidor. Es como un hilo que atraviesa la novela. Sin embargo, cuando parece que hay una salida por ese lado, siempre se impone la realidad. Dios es usado como excomulgador de fechorías, aunque la impunidad que otorga el poder no necesita de absoluciones extraterrestres.

La pérdida de la dignidad humana es absoluta. Los únicos intereses que cuida la gente de El señor presidente son los inmediatos.

V

Aunque es un positivista, la ausencia de filosofía política del presidente es notoria. Él encarna al prototipo de gobernante latinoamericano que emplea la fuerza, no la razón, para el control social. Es un esperpento cuyo mayor mérito es que tiene poder:

CIUDADANOS:

Pronunciar el nombre del Señor Presidente de la República es alumbrar con las antorchas de la paz los sagrados intereses de la Nación que bajo su sabio mando ha conquistado y sigue conquistando los inapreciables beneficios del Progreso en todos los órdenes y del Orden en todos los progresos!!! Como ciudadanos libres, conscientes de la obligación en que estamos de velar por nuestros destinos, que son los destinos de la Patria, y como hombres de bien, enemigos de la Anarquía, ¡¡¡¡proclamamos!!!! que la salud de la República está en la REELECCIÓN DE NUESTRO EGREGIO MANDATARIO Y NADA MÁS QUE EN SU REELECCIÓN! ¿Por qué aventurar la barca del Estado en lo que no conocemos, cuando a la cabeza de ella se encuentra el Estadista más completo de nuestros tiempos, aquél a quien la Historia saludará Grande entre los Grandes, Sabio entre los Sabios, Liberal, Pensador y Demócrata??? ¡El sólo imaginar a otro que no sea Él en tan alta magistratura es atentatorio contra los destinos, y quien tal osara, que no habrá quién, debería ser recluido por loco peligroso y de no estar loco, juzgado por traidor a la Patria conforme a nuestras leyes!!! CONCIUDADANOS, LAS URNAS OS ESPERAN!!!! VOTAD!!!! POR!!!! NUESTRO!!!! CANDIDATO!!!! QUE!!!! SERÁ!!!! REELEGIDO!!!! POR!!!! EL!!!! PUEBLO!!!!

VI

Uno de los mayores méritos de la novela de Asturias está en atrapar el lenguaje oral, en donde se halla la esencia de la guatemaltequidad. Como ceiba frondosa de cuyas ramas se deshojan palabras, el autor desgrana el idioma guatemalteco sin forzar el léxico. El eco de El señor presidente retumba por las onomatopeyas —«¡Chiplongón…! Zambulléronse las campanadas de las ocho de la noche en el silencio… ¡Chiplongón…! ¡Chiplongón…!»—; por los dichos y refranes —«a la pura garnacha» (a pura fuerza), «apagarse el ocote» (perder la alegría), «hacerle la cama» (poner en mal a alguien), «hacer la cacha» (hacer un esfuerzo), «verse en trapos de cucaracha» (verse en apuros); por las aliteraciones, elisiones, síncopas y arcaísmos que el autor utiliza en los diálogos (Asturias revive el drama de la realidad guatemalteca con técnicas de la dramaturgia, con escenas cinematográficas), con características peculiares del ser guatemalteco —«ni huele ni hiede, como caca de loro»; «¡Qué Clicot ni qué india envuelta, postrimería de carne y hueso!»; saludos se hacía (reverencias reiteradas hacía); «shute metete» (entrometido); «los periodistas, esos cerdos que a la manteca llaman alma»: «—¡Vos sí que dialtiro sos liso —la Masacuata estaba hecha una chichigua—, desconsiderado, que sólo servís para derramarle a uno la bilis! ¡Bien dicen que con vos, el que parpadea pierde! (—¡Tú eres exageradamente grosero —la Masacuata estaba hecha una fiera—, desconsiderado, que sólo sirves para derramarle a uno la bilis! ¡Bien dicen que contigo no hay que descuidarse ni un instante!).

La novela se presta para hacer análisis desde diversas perspectivas. Estudios interdisciplinarios, filológicos, de preceptiva se imponen como tarea necesaria para disfrutar a cabalidad del genio asturiano. Miguel Ángel Asturias es el autor nacional de Guatemala. El mundo semántico que define su estilo es, en cualquier sentido, el estilo del ser guatemalteco o lo que queda de él; es también el espíritu del alma que mantiene a ese país, el alma indígena.

 

*Leído en el Homenaje a Miguel Ángel Asturias a 50 años del Premio Nobel, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, Octubre 26, 2017.

 

Carlos López