Carlos López
Hace 42 años, el estado guatemalteco segó la vida de Alejandro Cotí, un universitario de sólo 27 años que tenía conciencia de los males que aquejaban al país y quiénes los provocaban y sostenían, y se dedicó a denunciarlo sólo por amor a su país. Su actividad fue limpia, pública, valiente. El gobierno de Guatemala —que siempre actuó en la oscuridad—, que desde entonces cumplía funciones gerenciales al servicio del poder económico, no toleró la crítica y de manera artera, cobarde, lo asesinó sin piedad.
La década de los años 80 es una de las más terribles de la historia del país. Incluyó genocidios, golpes de estado, simulación electorera. La oposición política fue borrada, la universidad nacional fue asediada, infiltrada; el gobierno asesinó de manera indiscriminada a luchadores sociales, maestros, estudiantes, intelectuales, escritores, pobladores, campesinos, trabajadores del campo y de la ciudad; en su estrategia desató una guerra contra todo el pueblo; su táctica fue el odio, el terror, las masacres cotidianas.
A Alejandro Cotí le nació desde joven la responsabilidad y el espíritu reflexivo sobre la realidad inmediata; no se contentó con sufrirla, con observarla. Inició un proceso sistematizado de conocimiento mediante el estudio, de crítica, de acción organizativa. Sin haber estudiado humanidades adquirió un nivel profundo de conciencia que compartió en las aulas, en las organizaciones populares; se comprometió con ahínco, con total alegría en las causas del pueblo sufriente y por eso se le recuerda con tanto agradecimiento, cariño y respeto.
Quienes tuvieron la dicha de conocerlo y de actuar junto a él por los mismos ideales son personas honradas, trabajadoras, como la mayoría de quienes lucharon por tener una patria generosa donde pudieran desarrollar sus habilidades de manera digna, pero no las dejaron y tuvieron que exiliarse. Cotí quiso poner la ciencia al servicio de los desposeídos; dedicó sus afanes a su difusión en las aulas y fuera de ellas. El gobierno veía con malos ojos su actividad y la de quienes como él se dedicaban a buscar el bien común porque, hasta la fecha, no le importan sus gobernados; porque lo único que persigue es el enriquecimiento personal y de la banda que participa en la destrucción del país. La presidencia y los grupos mafiosos que desgobiernan en el país ven el erario como botín. Corrompen todo lo que emprenden. Usan al país para hacer negocios.
Al matar a Cotí lo fijaron en la memoria colectiva y ésta no olvida a sus bienhechores. Quienes cometieron el crimen ya están en el basurero de la historia; algunos sobrevivientes tal vez hasta vayan a la iglesia en busca de paz y a tratar de expiar sus culpas, pero jamás podrán alzar la vista, nunca sentirán alegría, ésa que experimentaron los luchadores sociales que defendieron con honor al pueblo.
Texto leído el 6 de octubre de 2022 en la presentación de Alejandro Cotí, Julio C. Palencia (comp.), Editorial Praxis, México, 2022
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