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Adolfo Mijangos López, una vida compartida.

Segunda parte

Rolando Collado Ardón

A MÉXICO

Al aviso de “Tienen visita” salimos a una pequeña sala, al encuentro de un elegante caballero que se presentó como Embajador de México en El Salvador. Después de preguntar por nuestra salud e integridad, nos dijo con solemnidad: están ustedes bajo la protección de la bandera mexicana. He recibido instrucciones de mi Gobierno de auxiliarlos y de asegurarles que pueden viajar a mi país, donde se arreglará su situación migratoria. La cancillería recibió su solicitud de visa pero decía “Obligados a salir del país” y había duda sobre que calidad migratoria otorgarles. Se acordó que dado el peligro que corrían en Guatemala, sin haber solicitado asilo, si lograban llegar a El Salvador aquí se les auxiliaría. Hago entrega a ustedes de su documentación y de este sobre que habrá de servirles en sus primeros días en México.

El pasaporte en las manos nos dio tranquilidad y más aún, saber que podríamos llegar a México sin problema. Los sobres contenían dinero, que devolvimos al señor Embajador con agradecimientos pero con firmeza. No sabíamos cuanta falta nos haría contar con recursos económicos en el exilio, pero si lo hubiéramos sabido… habríamos actuado igual.

–Muchas gracias, señor Embajador, le rogamos transmitir a su Gobierno nuestro profundo  reconocimiento.

Los motores del avión llevaban ronroneando media hora cuando el piloto avisó por el intercomunicador: antes de continua a México, haremos una escala en el Aeropuerto La Aurora de Guatemala; abróchense los cinturones y observen el aviso de no fumar. Nuestras miradas se cruzaron una vez más. ¿Y si se repetía la historia de don Edelberto Torres, desembarcado ilegalmente de un avión de Panamerican en la Nicaragua de Anastasio Somoza, dictador en turno y su enemigo acérrimo?   ¿Habría sido inútil el viaje a El Salvador?

Al descender del avión un militar vino a nuestro encuentro. Me tomé la libertad, doctor, de avisarle a su esposa que haría una escala aquí antes de continuar hacia México. Acompáñeme por favor. Fito y Carlos miraban con desconfianza al uniformado cuando los presenté: el Coronel David Cancinos, quien había sido mi paciente y que como muchos guatemaltecos en momentos cruciales, privilegiaron el reconocimiento, o la amistad, sobre las diferencias ideológicas.

Muy diferente cuando esa relación no existía (y a veces aunque existiera). Nos llegaron noticias a México, años después, que el General Cancinos había dirigido el operativo en el que se emboscó, persiguió y dio muerte a Manuel Colom Argueta quien había retornado del exilio y había sido electo Alcalde de la Ciudad de Guatemala. Noticias posteriores añadieron que el General había sido eliminado por tener aspiraciones presidenciales que obstaculizaban el paso a otros militares. Noticias…

En una pequeña sala, bañada de sol a través de ventanas translúcidas, abracé a mi esposa y a mis pequeños hijos Rolando, Julio y Ligia. A ellos, como a Elena, la hija de Fito y Cleo y a nuestros nietos, como a los hijos y nietos de miles de exiliados, les ha tocado vivir las consecuencias, positivas y negativas, de nuestros afanes juveniles por construir una mejor Patria. Que se alegren por las positivas, por lo que han estudiado, progresado y construido en sus nuevos países, y que nos perdonen por lo que han sufrido en la lucha desigual por abrirse paso en la vida.

Volando ya sobre territorio mexicano, Fito parecía mucho más tranquilo que Carlos y yo respecto a donde iríamos a dar.  Así desembarcamos en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México, así seguimos mientras el oficial de Migración aceptó nuestros documentos y así seguimos por el largo corredor, donde, desde lejos, un hombre de cabello entrecano levantaba su mano con la vista en nuestro compañero en silla de ruedas. Les presento, dijo Fito al llegar al hombre fornido de ojos claros y mirada alegre, al licenciado Mario Monteforte Toledo.

Están en su casa, dijo Mario cuando llegamos a su departamento en la calle Marcelo de la Colonia Del Valle. Ella es Mireya mi esposa y esta niña, Anaité, mi hija. Interpretamos que al decir su casa se refería a su departamento pero también a México. No habíamos muerto pero sentimos una especie de renacimiento. Nos fuimos a beber a una cantina cercana y el amanecer nos iluminó el entorno japonés que Mireya había incorporado a su ser y hacer en el Lejano Oriente, a donde su padre, el General Ramón Iturbe fue enviado, según relato familiar, muchos años antes como Embajador de México en puente de plata por sus posibilidades de competir por la presidencia, dada su capacidad y los méritos hechos en la lucha Revolucionaria. La historia, con diversos matices, se repite en todos los tiempos, en todos los países.

EN MÉXICO, EL EXILIO

El 1 de marzo de 1965, día siguiente a nuestra llegada a la ciudad de México, dimos una conferencia de prensa que Mario Monteforte había organizado. Expusimos la situación prevaleciente en Guatemala, la persecución política, el irrespeto a los derechos humanos y el desprecio creciente a la vida del gobierno militar presidido por el Coronel Peralta Azurdia. Nuestro agradecimiento a México y a sus autoridades, y el deseo de retornar a nuestra Patria.

Aspectos relevantes: a reserva de algún día relatar pormenores de nuestra actividad con Adolfo en México, enumero los más presentes en mi memoria:

  • Se publica el pequeño libro BASES PARA EL DESARROLLO ECONÓMICO SOCIAL DE GUATEMALA.  Francisco Villagrán Kramer, Manuel Colom Argueta, Adolfo Mijangos López, Rolando Collado Ardón y René Calderón. Comisión de planificación de Unidad Revolucionaria Democrática.  Talleres B. Costa Amic Editor, 157 pp.  1,000 ejemplares. Mi contribución: Elementos de juicio para planificar un Programa de Salud en Guatemala. pp.57-93.
  • Don Bartolomé Costa Amic, catalán, fue de los principales exiliados españoles en el campo de la promoción y edición de libros. Publicó obras del doctor Juan José Arévalo.
  • Sentimos la solidaridad de múltiples amigos y conocidos mexicanos. Fito recibió el invaluable apoyo de Octavio Rivera Farber, excompañero de estudios en Europa, y de Trini su esposa.
  • Organizamos un grupo activo de exiliados guatemaltecos para mantener informados a amigos y a autoridades mexicanas, de la lucha de amplios sectores de Guatemala para volver a la libertad y la democracia. Contamos con la amistad y participación del doctor Raúl Osegueda Palala, la visita del doctor Juan José Arévalo y de otros personajes que pasaban por México.  Este grupo dejó de funcionar cuando la Policía Federal de Seguridad me detuvo e interrogó y el Oficial Mayor de la Secretaría de Gobernación me sugirió “Dedíquese a la Ciencia, doctor; recuerde que los únicos líderes útiles a su país son los líderes que conservan la vida”. En efecto, muchos exiliados que retornaban a Guatemala voluntaria o forzadamente, desaparecían al cruzar la frontera. Nuevamente Mario Monteforte, avisado por mi esposa, intervino en mi favor y por orden de su amigo, el licenciado Luis Echeverría Alvarez, en ese entonces Secretario de Gobernación, recobré mi libertad.
  • Incorporamos a medias el consejo de Mario Monteforte: “Los viejos exiliados griegos decían: En el lugar que vivas, vive como si allí fueras a estar el resto de tu vida, aunque te vayas una semana después”.  A medias, porque con la esperanza (y terquedad) de retornar a Guatemala, desaprovechamos opciones valiosas de progresar en México.
  • Recibimos la cálida visita de don Adolfo Mijangos, tío de Fito, y de su sobrina María Eugenia.
  • Seis angustiosos meses sin trabajo. Recibía irregularmente una pequeña suma de los ingresos del Centro de Salud, que mi esposa me enviaba. Había dejado la casa de Mario y Mireya, con mil agradecimientos y alternaba vida en cuartos pequeños.
  • En agosto fui aceptado como Profesor Conferencista en el Departamento de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la UNAM. Indeleble recuerdo del doctor Alfonso Angelini de la Garza, quien me abrió la puerta para ingresar a una institución que con mis hijos llevamos tatuada en el corazón.
  • Inicié el proceso para incorporarme legalmente como médico, que culminaría con un Amparo otorgado por la Corte Suprema de Justicia, doce años después..
  • Se trasladaron a México, Cleotilde esposa de Fito y Mercedes y mis hijos. Mis hijos iniciaron una nueva vida que les llevó a triunfos académicos nacionales e internacionales.
  • Nació Elena, hija de Fito y Cleotilde
  • Mi esposa ingresó a la Escuela de Salud Pública y fue becada al Instituto Pasteur de París, donde obtuvo el Doctorado.
  • Carlos Estrada continuó viaje a Estados Unidos, donde se distinguió como excelente Psiquiatra.
  • Después de conversarlo detenidamente, Fito rechazó el prepararse para utilizar muletas. En el Instituto de Rehabilitación de México habían aceptado mi solicitud para apoyarle en ese proceso pero la Silla de Ruedas estaba ya incorporada a su imagen y personalidad. Decidió continuar con ella.
  • Lejos de ser un “exilio dorado”, como algún día me dijo un compatriota que habíamos tenido, fue una estancia de intensa lucha por sobrevivir.
  • El sentido del humor, la risa, son defensas para no sucumbir ante el proceso destructivo, casi antropofágico, del exilio. En una ocasión en que le visitaba en casa de Octavio Rivera, Fito me mostró un anuncio en el Universal: “Viuda joven, morena de ojos verdes y bonito cuerpo, sin problemas económicos, busca amistad sin prejuicios con intelectuales de preferencia extranjeros. Dirigir propuestas al buzón…….”.  Caramba!  Exclamé. Cuántos amigos habrán escrito!  Un montón, me dijo riendo. Mirá todas las cartas que me han llegado….yo puse el anuncio!

1966. EL RETORNO A GUATEMALA

Creyendo que ganaría, el Coronel Peralta convocó a elecciones en Guatemala, que se celebraron el 6 de marzo. Triunfó nuestro amigo Julio César Méndez Montenegro, a quien entregó el mando el 1 de julio de ese año, despertando múltiples expectativas en nuestro grupo. A pesar del convencimiento de que Julio había tomado la presidencia pero no el poder, Fito hizo maletas y regresó a Guatemala. Yo le seguí en septiembre y reasumí, a petición de los nuevos propietarios, la dirección del Centro de Salud de la Zona 5. Mercedes y yo habíamos conservado una acción cada uno y los otros cinco socios habían tenido dificultades para organizarse.

De inmediato visité a Fito quien habitaba, con  Cleo y la pequeña Elena, una casa que Bimbo Zachrisson tenía en El Zapote, finca en el norte de la ciudad.

–¡Qué estás haciendo aquí!  -me dijo-, ¡Te van a matar!

1967 fue un año de tensiones, emociones y actividad. Fito en creciente actividad política con los compañeros del Partido y yo en el desarrollo del Centro de Salud, en investigación sociomédica en la Facultad de Medicina y en la colecta de fondos para enviarlos a mi familia que quedó en México.

Cárcel de nuevo, esta vez  “Para demostrar que el Tercer Gobierno de la Revolución no era Comunista” pues habiendo descubierto una conspiración de la derecha había encarcelado a miembros conspicuos de ella. Ante las críticas nacionales e internacionales, decidió encarcelar también a personas calificadas de izquierda. Esta vez Fito no estuvo preso pues las autoridades habían desempolvado una vieja lista de sus archivos y detuvieron en orden alfabético desde la A en adelante. Fue suficiente para ellos llegar a parte de la C, con lo que Manuel Colom, que me seguía en la lista, tampoco fue detenido.

Para los grupos con el mando real no fue suficiente. Organizaron grupos paramilitares que desaparecían y asesinaban personas de diferentes sectores de población. Los cuerpos sin vida aparecían con señales de haber sido intensamente  torturados. Los mandos militares no podían ser acusados sin pruebas.

UN REGALO NAVIDEÑO

Recibí de una paciente que, compungida, me entregó un papel doblado que su hermano policía judicial le había entregado “para tu doctorcito”. Eran  fotografías con texto al calce, de 32 personas que “La Mano Blanca” había condenado a muerte. Un escalofrío me recorrió la espalda pero de inmediato me dije no es cierto, por qué me van a matar si no le he hecho daño a nadie?

Eso mismo habrán pensado otros de los incluidos pero en los siguientes días empezó a cumplirse el aviso. Fito no estaba entre los condenados y fue de opinión que de inmediato regresara a México.  ¿Y vos, le pregunté?  No creo que estos hagan algo contra mí, soy figura política y además estoy en silla de ruedas. ¡Sería el colmo!

1968. RETORNO A MÉXICO, MUERTE Y MEMORIAS

Pasaron aún dos meses. El Coronel Manuel Sosa Ávila, a quien visité en su despacho en el Viceministerio de la Defensa en el Palacio Nacional,  me aseguró que el Ejército nada tenía que ver con los afiches amenazantes.  Me sentía tranquilo en la entrevista pues “Coronel, entiendo que usted estudió en Chile y absorbió seguramente el valor del respeto que allá tienen a la libre expresión del pensamiento y a la Democracia”.

–Si, doctor, pero el militar debe seguir la voz de mando, desempeñando su papel en el contexto de lealtad que juró al graduarse. No puedo acceder a su solicitud para portar armas. Además, son profesionales y usted no tendrá tiempo ni para defenderse y mucho menos para matar a alguno como me dice es su último deseo.

Entonces, si el Gobierno es incapaz de proteger a los ciudadanos que estamos amenazados de muerte, ¿el único camino es salir del país?

Reflexionó unos segundos y serio me dijo: “No es mala idea”

Por un momento llegué a sentir lástima. Un militar de alto rango, con estudios superiores y respetando seguramente al ejército su institución, se veía inerme ante la situación que tenía que soportar: Grupos paramilitares actuando al margen de la Ley para perseguir y asesinar gente, escondiendo la imagen de la institución que los había generado y armado para realizar ejecuciones extrajudiciales y evitar acusaciones si lo hiciera directamente.

Advertencia final. Pocos meses después, a principios de 1968, otro paciente me advirtió: “El siguiente es usted, doctor; ayer domingo los muchachos iban a salir de cacería y usted fue el seleccionado. Pude distraerlos pero no puedo hacerlo de nuevo; si se dan cuenta me matan a mi”. No hay duda, me dijo Fito, la amenaza puede concretarse en cualquier momento. ¡Ya!  ¡A México cuanto antes! Saludos a Meches y a los patojos, en especial a Brinquitos.

Novelesco fue mi paso, en mi auto, por la frontera. Una aventura que creo nunca pude llegar a contarle a Fito porque tres años después, sin habernos visto de nuevo, el 13 de enero de 1971 fue asesinado en su silla de ruedas, por la espalda. Era la luz de su pensamiento, del hombre extraordinario, entero, ejemplar, la que querían apagar. Ahora, años transcurridos, su nombre, su figura, su ejemplo, llena de emoción los recuerdos de una amistad fraterna, fresca e inolvidable.

A Rolando, Julio y Ligia (Brinquitos), a Meches y Elena en el más allá; a Cleo, Rafaél y María Eugenia: ese fue para mi, mi grande,  nuestro gran amigo Adolfo “Fito”  Mijangos López.

Rolando Collado Ardón

México D.F. 14  de Febrero de 2011.