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Adolfo Mijangos López, una vida compartida.

Primera parte

Rolando Collado Ardón

A Rolando, Julio y Ligia (Brinquitos);  a Meches y Elena en el más allá; a Cleo y Rafael

CONFLUENCIA INICIAL

Conocí a Adolfo en su lecho, no de enfermo sino de hombre íntegro, entero, con limitaciones físicas resultado de un accidente en París, pero sin ninguna limitación mental, ni psicológica ni anímica. Había caído desde una ventana, de espaldas sobre el filo de un techo de dos aguas como se acostumbra en los climas fríos donde la nieve acumulada puede derrumbarlos. Igual que la nieve cayó Fito, rodando hasta el borde del echo y de allí a la calle librándose de la muerte pero no de las consecuencias. Cuando los amigos le llevaron al hospital, los médicos nada pudieron hacer para reparar la médula espinal seccionada. Desde entonces quedó parapléjico y utilizó la silla de ruedas que le acompañó integrando el ícono con fue conocido hasta su desaparición física.

Había regresado de Francia, directo a la tercera avenida y novena calle de la ciudad de Guatemala, a principios de los sesentas del siglo XX,  a casa de sus antepasados dirigida por la tradicional, fuerte y amorosa mano de una mujer que sabía del costo de ser esposa, familiar y ahora madre de hombres con carreras y altibajos propios de la política.

De Francia llegó también otra mujer, no menos fuerte, Clotilde Agulló y desde que se casaron, Clotilde Mijangos; Cleo, para quienes le queremos, siguiendo al hombre que amaba y que lo conoció ágil, bailador, deportista del cuerpo, de la mente y del espíritu. Se enamoró de él por esas y otras múltiples cualidades del intelectual ingenioso, contador de anécdotas y hacedor de chistes, cantador en varios idiomas, admirador de Edith Piaf  y de Chavela Vargas, del boxeo, de los buenos encuentros deportivos, de la literatura, la historia y la política. Hombre que recordaba a los varones renacentistas, interesado en lo humano y en Aristóteles cuando decía que el hombre es un animal político. Reíamos con la chispa de Chepe Barnoya citando a un candidato que en favor propio, en su campaña afirmaba, yo no soy político!  Bueno, comentó Chepe, le queda lo demás.

Mujer hermosa, de risa cristalina, Clotilde había acompañado a Adolfo en las horas más duras de su confrontación con una invalidez que ambos sabían era para siempre. Así fue también su amor hacia él: para siempre.

1962, El régimen tambalea

Progresivamente se debilitaba el prestigio y el régimen presidencial del General e Ingeniero Miguel Idígoras Fuentes. Aunque fundador de la Marina guatemalteca que los estudiantes y profesionales jóvenes de la época no supimos valorar, la corrupción era galopante y jóvenes militares se habían rebelado para recuperar el honor del Ejército Nacional.

Quiero presentarte a un chapín extraordinario, me dijo Julio de León,  médico visionario que desde su experiencia médico-quirúrgica en Tiquisate sabía que la solución de los problemas de salud de Guatemala no estaba en los quirófanos. ”Los médicos no podemos resolver los problemas de salud, solo vivimos de ellos”, era una de sus frases que le valió la crítica de muchos colegas. El calificativo de comunista, de moda en Guatemala y en otros países del mundo, utilizado por los sectores que veían con temor las propuestas  de cambio en la estructura y dinámica sociales para resolver de raíz las grandes desigualdades, nos lo aplicaban a todos aquéllos que pensábamos diferente al conservadurismo reinante.

En general, era un procedimiento simple. Las autoridades gubernamentales y eclesiásticas, los dirigentes conservadores o los articulistas de derecha, señalaban como comunista a cualquier crítico del sistema, a cualquier persona de su antipatía o a quienquiera deseaban ilegitimar. La prueba en contrario corría a cargo del acusado, quien debía probar que no solamente que no pertenecía al Partido Guatemalteco del Trabajo, sino que no tenía ideas comunistas. Incluso en el remoto caso que pudiera obtenerse una certificación del Partido de que no se contaba entre sus afiliados, el apelativo continuaba señalando que el acusado, aunque no estuviera afiliado a ningún partido, tenía ideas comunistas y conspiraba de una u otra forma contra el Estado.

De la misma forma que la Inquisición, ante la cual el acusado debía probar que no  tenía Pacto con el Diablo, el guatemalteco debía probar que no era comunista ni simpatizaba con el Comunismo. Los torturadores inquisitoriales sometían al acusado, entre otras pruebas a la del agua. Se le sumergía de cabeza en un cubo hasta que el interrogador daba la señal de sacarlo y juzgaba que si seguía vivo durante tanto tiempo es que el Diablo lo protegía, siendo entonces condenado a la hoguera por ese pacto que se había “probado” tenía con el Demonio.  Si por el contrario lo sacaban ahogado, no se había probado el “pacto” y su muerte lo había librado de más torturas.

La tortura en Guatemala se practicaba con el mismo y con otros  métodos, no solo con el fin de comprobar si el acusado era comunista sino para obtener información respecto a otros “comunistas” u “opositores al régimen”.
Imposible calcular cuantas personas, hombres y mujeres, en el curso de los siguientes decenios que duró la Guerra, murieron en las cámaras de tortura, y cuántos, cediendo ante el sufrimiento implicaron a otros que siguieron el mismo camino.

En la primera mitad de los sesentas muchos jóvenes traíamos ideas de países donde habíamos estudiado posgrados. De Europa, de América del Sur (en mi caso de Brasil, donde obtuve una Maestría en Salud Pública), de Estados Unidos, de la Unión Soviética y, a través de los medios de comunicación, nos llegaban estimulantes noticias de los cambios que la Revolución triunfante en Cuba hacían en las estructuras caducas de regímenes largamente corruptos.

Repitiendo la Historia, los sectores en el poder y el sector del Ejército que se había constituido en su brazo armado, temían esas ideas provenientes del extranjero “por peligrosas.” Así había ocurrido desde antes de la Independencia: el doctor José Felipe Flores, médico polifacético que mantenía correspondencia con la intelectualidad europea por sus conocimientos en física, óptica y otras disciplinas, fue invitado a Italia, Francia, y en España llegó a ser Médico de Cámara del Rey. Cuando deseó retornar a su Patria, el Cabildo en la Capitanía General de Guatemala le negó el permiso, en vista de que había estado en Francia durante la Revolución (fines del Siglo XVIII) y “podía haberse contaminado con ideas potencialmente  dañinas a la Nación.”  Los restos del Doctor Flores permanecen en España.

CRISOL DE IDEAS

Crisol de ideas, la habitación de Adolfo. La efervescencia política convocó al pensamiento y a la acción, y en 1962 se evaluaba, en la elección de Alcalde de la Capital, la fuerza de la Unión Revolucionaria Democrática, URD, que un grupo de jóvenes intelectuales socialdemócratas había fundado para incidir en la política nacional. Multiplicidad de propuestas, de ideas organizativas, de proyectos a ejecutar si el triunfo se lograba. Pero no. Perdimos con nuestro candidato el doctor en Derecho Francisco (Pancho) Villagrán Kramer, y quien llegó a la Alcaldía de Guatemala fuel el periodista Francisco Montenegro Sierra.

Adolfo mantenía la cohesión del grupo: hemos perdido una batalla pero no la guerra, decía, y debemos buscar formas para seguir adelante.

UN OBJETIVO, MUCHOS CAMINOS

Lo que estaba claro es que amplios sectores de la sociedad guatemalteca estaban hastiados de la situación política, de la corrupción y de la incapacidad del gobierno para dirigir adecuadamente los destinos de la Nación

El Presidente se imponía o compraba a sus adversarios, al Congreso de la República y sus allegados se enriquecían comprando sentencias judiciales, haciendo negocios fraudulentos y favoreciendo a empresas extranjeras a cambio de porcentajes de las inversiones o pagos en efectivo o en especie.

Los campesinos y los obreros perdían propiedades y poder adquisitivo con alzas en los precios de los productos pero no de los salarios. Las confrontaciones legales entre empresarios y sindicatos eran invariablemente ganados por los primeros, independientemente de lo que estipulara la ley.

Los puestos en la administración se compraban igual que las diputaciones. Desde las esferas altas a las medianas y las bajas, las plazas se negociaban en función de las ofertas de los aspirantes y no de su capacidad para desempeñarlas. Se imponía cada vez más la ley del más hábil, del mejor traficante de influencias, de quien estaba dispuesto a dar “participaciones” más jugosas o entregaba físicamente a familiares femeninos en transacciones cada vez más cínicas. La sexualidad se volvía cada vez más moneda de intercambio en el ascenso laboral.

El Movimiento estudiantil de marzo y abril

En la efervescencia de ese año 1962, estudiantes preuniversitarios se organizaron y levantaron la bandera del cambio, de la vuelta a una vida nacional de respeto y democracia que se concretaba como paso inmediato en la renuncia del General Presidente. Sin embargo, el Ministro de la Defensa,  Coronel Alfredo Enrique Peralta Azurdia, como respuesta dirigió al Ejército que con tanques en las calles reprimió el movimiento.

El repudio popular no decrecía pero la máxima leniniana permanecía: “La Revolución puede triunfar con el Ejército, sin el Ejército, pero nunca en contra del Ejército.” De pronto, de entre las filas de militares jóvenes surgieron líderes que buscaban recobrar el Honor del Ejército, perdido por los mandos militares que coludidos con la presidencia se beneficiaban de la corrupción Entre ellos, los oficiales Marco Antonio Yon Sosa, Luis Turcios Lima y Luis Trejo Esquivel comandaron fuerzas que levantaron las esperanzas populares de contar con apoyo armado.  Con otros grupos, incluyendo el movimiento estudiantil antes mencionado, en diciembre del 62 se reunieron y acordaron integrarse en una fuerza de lucha, naciendo así las Fuerzas Armadas Rebeldes, FAR, consolidando una guerra, que venía de por lo menos un año antes y que el Ejército trató infructuosamente de vencer en los siguientes 36 años, que costó 200 mil muertos y medio millón de damnificados.

La Guerra en Guatemala, como decía Adolfo, tenía en realidad siglos de existir y múltiples escenarios, por la incapacidad de nuestros antepasados, de nosotros y quien sabe si de  nuestros descendientes, de construir equilibrios y bienestar intra e inter grupos y clases.  Pericles, cinco siglos antes de nuestra era, había tenido la habilidad de unir a la juventud de Atenas, intelectuales, militares, ricos y pobres, en un proyecto unitario, el Partido Demócrata, que eliminó  las tradicionales confrontaciones entre sectores jóvenes de la sociedad y elevó a esa Ciudad-Estado a niveles que serían admirados por las generaciones que le siguieron. En Guatemala, sin embargo, la confrontación entre los sectores juveniles, especialmente entre los universitarios y militares, es una tradición hasta ahora superada solamente en el movimiento revolucionario de 1944, esperanza tenue pero esperanza al fin, hacia el futuro de la Nación.

LA VIDA CIVIL EN LA GUERRA

Mientras la confrontación bélica entre Guerrilla y Ejército se incrementaba, quienes vivíamos y trabajábamos en la vida civil, en la cotidianidad de la vida urbana, éramos vistos con creciente suspicacia por los mandos castrenses. Los profesionales ejercían en los sectores públicos y privado, Adolfo impartía docencia en la Facultad de Derecho de la Universidad de San Carlos y yo desarrollaba la experiencia de aplicar lo aprendido en mi maestría en Brasil, en el sector público como Jefe de los Servicios Rurales en el Ministerio de Salud Pública y luego en el Centro de Salud Privado de la Zona 5 en la Capital, que organizamos con mi esposa, la doctora Mercedes Vides Tovar, y un excelente grupo de Enfermeras, Auxiliares de Enfermería y colegas consultantes que habían regresado y estaban regresando como excelentes especialistas en todos los campos de la medicina y la cirugía.

Nuestras reuniones en casa de Adolfo se alternaron con otras, festivas y de múltiples intercambios con colegas y gente de la zona 5, de música, canciones, buen comida y ausencia casi de discusiones políticas. Adolfo llegaba y alegraba las reuniones con su bonhomía, alegría y conocimiento de canciones italianas y francesas, producto de su estancia en esos países. Yo contribuía con canciones de Brasil. Allí lo conocieron y aprendieron a querer mis hijos y gente de todos los estratos sociales, incluyendo algunos militares y sus familiares que eran mis pacientes.

Dos años, 1963 y 1964, de fructífero intercambio de deas y experiencias. Yo le consultaba asuntos globales y   de la seguridad social pues el Colegio Médico me había elegido representante ante la Junta Directiva del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, IGSS y entre muchas actividades, el Gerente, doctor y querido amigo Ricardo Asturias Valenzuela había sometido a la consideración de la Junta Directiva la ampliación del régimen para cubrir la Enfermedad Común, además de los Accidentes y Maternidad que ya cubría.

Cuando la Junta Directiva del Colegio Médico no respondió a mi petición de opinión sobre el Proyecto, su consejo llegaría a tener enorme importancia: “aunque tu responsabilidad fundamental como dicen los Estatutos del IGSS, es con la Institución y no con quienes te eligieron, debés obtener y guardar copia de que estás solicitando la opinión del Colegio”. En efecto, cuando el Documento fue aprobado y la Seguridad Social de Guatemala atendería a los trabajadores y a sus familiares aquejados de cualquier enfermedad y no solo por accidentes o partos, fui citado a una sesión plenaria del Colegio con el fin de que se ratificara el voto de desconfianza que la Junta Directiva había aprobado en mi contra. Algunos sectores médicos, como había ocurrido en otros países, temía que su consulta privada se vería mermada con la seguridad social y los colegas directivos no querían correr el riesgo de ser acusados de pasividad.

Las copias que mostré a la asamblea, de los avisos que di oportunamente a la Junta Directiva sobre el curso e inminente aprobación del Proyecto, impidieron se aprobara el voto de desconfianza en mi contra. Llevé el asunto al Tribunal de Honor pero paulatinamente se fue extinguiendo. El sabio consejo de Adolfo me libró de un estigma que por siempre me habría acompañado, sumándome a colegas que años antes fueron tildado de traidores por haber estado de acuerdo con la instauración del Seguro Social en Guatemala como César Meza y Salvador Piedrasanta quienes terminaron sus días en México.

1963. GOLPE DE ESTADO

El 1 de abril de 1963, el Coronel Peralta Azurdia, Ministro de la Defesa,  dio un Golpe de Estado incruento a quien un año antes había defendido y sin dejar el cargo de Ministro asumió dos mese después, el 31 de marzo, la presidencia de la Nación. La ocuparía tres años y tres meses. El Coronel suspendió la Constitución, disolvió la Asamblea, prohibió la actividad política y declaró ilegal al Partido Comunista.

Se olvidó de que prohibirle a un pueblo la actividad política es como prohibir que crezcan los ríos en épocas de lluvia. En ambos casos las fuentes de la acción viene de remotas montañas.

La actividad política continuó. Conferencias, reuniones, mítines relámpago, críticas nacionales e internacionales a la falta de libertad y a la limitación de las libertades. Y lo más amenazante para el régimen, incremento de la lucha armada en el interior del país y fuertes sospechas, por su parte de vínculos ideológicos y operativos entre la ciudad y el campo.

Detenciones, interrogatorios, acusaciones de asesorar y atender médicamente a militantes, guerrilleros y simpatizantes. Continuamos las reuniones en casa de Fito y en la mía. Las muestras de simpatía hacia nuestra actividad se multiplican.

Con un grupo de colegas acordamos tratar de llegar a puestos de importancia del Gremio con el fin de transmitir nuestras ideas e incidir en el curso de la vida nacional. Tras cortos meses de campaña salí electo representante de los médicos del País ante el Instituto Guatemalteco del Seguro Social, donde compartí ideas, posiciones éticas y luego amistad  con el licenciado Julio César Méndez Montenegro, representante de la Universidad de San Carlos ante el Instituto.  Julio de León es electo Decano de la Facultad de Medicina y Adolfo se convierte en uno de los líderes principales de la Unión Revolucionaria Democrática, URD, junto con Manuel Colom Argueta y en paralelo, Francisco Pancho Villagrán Kramer. En nuestro Centro de Salud se organiza la Asociación Pro Salud y Esfuerzo de la Zona 5. La suspicacia del régimen se incrementa. El cerco policíaco y militar se estrecha a nuestro derredor.

1965. MUERTE O EXILIO

En febrero de 1965 “las fuerzas del orden” tocan una vez más a la puerta de mi casa. En el Primer Cuerpo de la Policía Nacional, 14 calle entre Sexta y Séptima Avenida, ya no en el área donde compartíamos cárcel con los presos comunes en las anteriores detenciones, sino en un sector más aislado, compartimos prisión con Fito, Manuel “Meme” Colom, Francisco “Pancho” Villagrán, Carlos Estrada, un brillante y joven colega que había cursado simultáneamente las carreras de Medicina y Psicología, y los hermanos Filadelfo y Arnulfo Parada Tobar.

Cada uno había sido detenido en su casa, oficina e incluso en la calle, por miembros de la inteligencia policíaca o del Ejército, que dese tiempo atrás nos vigilaba y tenía en listas con direcciones, teléfonos y ocupaciones habituales.

Algunos estábamos en esas listas desde nuestros tiempos estudiantiles, cuando protestábamos  contra el Gobierno Militar del Coronel Carlos Castillo quien encabezó la invasión de Guatemala financiada por la CIA para derrocar el gobierno revolucionario del Coronel Jacobo Arbenz Guzmán.  Revolución comandada por un Coronel, y Contrarrevolución comandada por otro.

Desde entonces habían transcurrido once años (1954-1965) y cada vez que había alguna agitación social las fuerzas gubernamentales revivían las listas y nos encerraba precautoria o punitivamente en tanto el peligro pasaba. Hasta entonces nunca habíamos sentido que nuestra vida estuviera en peligro. Sin embargo…

El Coronel González, a quien apodaban según supimos después, el Mico, nos hizo saber que teníamos que abandonar el país. Por las buenas o por las malas.
–¿Cómo es eso, cuáles son por las buenas? Preguntó Adolfo.

–Con papeles, pasaporte, por avión y al país que elijan, por las buenas. Y sin papeles, por tierra y dejados en la frontera, por las malas. Que se van, se van.

–Pues… a Francia, quien  Coronel, tengo muchos amigos allá.

–Yo a Brasil, secundé, ya viene el Carnaval y me gustaría repetir la experiencia disfrutando el de “rua” y el de salón

–Parece que no se dan cuenta, señores –interrumpió el Coronel- no los estamos invitando a un viaje de placer, ¡sino que los estamos echando a la mierda!

Las bromas rompían un poco la tensión de imaginarnos el exilio., El Coronel se mostraba impaciente al tiempo que nos dejaba documentos a llenar para que solicitáramos, en caso de quererlo así, visa a un país vecino, sin dejar de hacer hincapié en la severa advertencia de que no podríamos ir todos al mismo destino.

Para como estaba la situación, los acuerdos surgieron rápido. A México, Adolfo, Carlos y yo. A El Salvador, Pancho y Meme y a Honduras los Parada Tobar. Pudo haber sido diferente pero en la memoria resalta la actitud de Fito; “por dignidad, nos dijo, vámonos por las malas”. ¿Y cómo pasaremos la silla de ruedas por el Suchiate? No sabemos qué tan crecido está el rio y de todas formas es un riesgo, lo que le convenció de irnos por las buenas.

Se supone que el mayor valor que el hombre defiende es su vida. Sin embargo, la dignidad es un valor que en muchos casos se defiende más que ella. En momentos cruciales, como el que estábamos pasando, aparecen factores que consciente o inconscientemente pesan en la decisión. Salvar la vida no tenía sentido por la vida misma sino por la esperanza que todos teníamos de ser útiles al país. Como años más tarde sentenció un alto funcionario: “Recuerde, doctor, los único líderes que siguen siendo útiles a sus ideas son los que conservan la vida.”

Completando la sentencia, al revisar los líderes que murieron en defensa de sus ideas siguen siendo útiles, pero para las ideas de quienes las utilizan. Cuántos, si resucitaran, verían con tristeza la deformación que se hizo de su pensamiento para servir de base a la construcción de programas, de movimientos políticos y de instituciones. ¿Qué sentiría Cristo si viera lo que en la actualidad es la Iglesia Católica?

MOTIVO DE VIAJE

En la solicitud de visa para ir a México y a sugerencia de Adolfo, pusimos como Motivo del Viaje, “Obligados a salir del País.” Que quedara constancia de que no dejábamos nuestra Patria por propia voluntad, sino por la fuerza. La explicación vino después, cuando en un interrogatorio el Comandante en turno me acusó de estar en la conducción intelectual de la lucha armada. Y pero aún con Adolfo: no temían nuestra actividad física sino lo que podíamos hacer con nuestro cerebro.

En los días siguientes el Coronel nos visitaba: usted y usted, prepárense porque mañana salen a El Salvador; usted y usted también, a Honduras.  A los tres “a México” nada nos dijo. Los días pasaban sin que nos diera explicación alguna. Por fin,  una tarde nos dio la noticia del viaje pero con una ominosa amabilidad. Esta noche podrán pedir lo que quieran para comer y beber, salen mañana a las cinco de la madrugada. Estén preparados.

Parece la última cena, dijo Fito. Si es así, disfrutemos. Crema de espárragos, camarones al mojo de ajo, Chow Mein, arroz frito, una botella de whiskey que solo al final de consumida nos hizo efecto. Entonamos la Chalana, la clásica canción estudiantil de guerra, preparamos nuestras escasas pertenencias y… a dormir.

La madrugada, brumosa, envolvió al vehículo en que nos llevaba el propio Coronel manejando, a los tres últimos expulsados y a dos guardias o soldados de civil, armados. Nos seguía otro vehículo similar, lleno de hombres armados. Cuando enfilamos hacia la carretera a El Salvador, Fito hizo la pregunta que asaltó a los tres:  Coronel. ¿Por qué no vamos al aeropuerto? Silencio por respuesta. Nos miramos con la misma duda  en los ojos: ¿van a matarnos?

La duda creció cuando siempre impenetrable a nuestras interrogantes, a la altura de Jutiapa el Coronel dejó el asfalto y se internó en una carretera de terracería. El polvo resecó aún más nuestras gargantas y las bromas languidecieron. En un caserío nos  detuvimos. ¿Un refresco, señores? Había roto el silencio y empolvados, tensos, tomamos el refresco y unas fotografías que hicieron menguar temporalmente nuestra inquietud. De todas formas, una vez asesinados y perdidos entre los montarrales, podían recoger la cámara que me habían permitido llevar y destruirla en mil pedazos.

Kilómetros adelante nos sorprendió llegar de nuevo al asfalto, con movimiento de gente y de militares. Estábamos en la frontera, el Coronel hizo los arreglos en pocos minutos y de pronto, con alivio para todos, ingresamos territorio salvadoreño. Señores, ya puedo decirles… el Coronel había soltado una larga y ruidosa exhalación, que hemos salvado la vida.  Una parte del Estado Mayor opinaba que a ustedes había que eliminarlos y otra estaba en contra, dado que se había hecho pública su detención y sería difícil explicar su muerte. La discusión seguía y como no había respuesta de México para sus visas, los ánimos se estaban caldeando. Mis jefes me encargaron que personalmente los trajera a El Salvador en tanto se resolvía su situación y por eso salimos de madrugada, a escondidas, pues si los duros se hubieran enterado, a todos nos eliminan. La vida da muchas vueltas y si algún día llegan al poder, no olviden que me he jugado el pellejo para ponerlos a salvo.

Llegando a la Capital, San Salvador, el Coronel nos entregó en custodia a su homólogo Medrano, que se haría famoso en la invasión a Honduras, en la llamada Guerra del Futbol. Ah! Que chapines! Sonrió;  calmados parecen pero pueden matarse unos a otros. En tanto siguen viaje estarán a mi cuidado pero no en la cárcel sino en un hotelito tranquilo que luego supimos se llamaba el Boarding House Hondureño, donde las emociones continuaron.

Nos habíamos despedido casi amistosamente del Coronel González y alojados en una misma habitación nos quitamos la ropa blanca de polvo para darnos un delicioso baño de regadera, quedando de último Fito, que como acostumbraba se metió bajo de ella con todo y silla. Carlos y yo terminábamos de vestirnos cuando las maderas del hotel empezaron a crujir y a soltar polilla sobre nuestras cabezas. ¡Temblor! Gritó Carlos y en una fracción de tiempo estábamos en el patio mientras Fito, a gritos, nos reclamaba haberlo dejado solo. El temor a la muerte nos había unido por días y horas, pero la amenaza de muerte inmediata funcionó diferente, estimulando la búsqueda de resguardo. Regresamos entre vergüenza y risas, volviendo a reunir destinos.