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Adiós a Carlos Guzmán Böckler

María Aguilar

No tengo memoria del momento exacto en que conocí al Dr. Guzmán Böckler, solo sé que siempre supe quién era. De pequeña me emocionaba la promesa de mi madre de llevarme a su biblioteca, un espacio casi mágico que ocupaba una casa entera. Aún recuerdo la emoción que sentí al entrar, estaba rodeada por miles de libros mientras él me mostraba distintos tomos explicándome historias, autores y ediciones.

Disfruté las visitas a su casa, él solía sacarme un globo terráqueo y pasaba horas narrándome sucesos de distintas regiones del mundo. Conocí de su formación en Chile y Francia, atravesadas por  los recuerdos de su  amada esposa.  Me relataba anécdotas de sus años de estudiante de Derecho, inculcándome “que cualquier forma de aplicación de la ley no solo está determinada por el conocimiento que se debe tener del Derecho sino por el grado de sensibilidad humana y social que priven en el ánimo del juzgador.

Al terminar la secundaria le conté que había decidido estudiar Historia. Su respuesta fue honesta, como siempre, aunque sorpresiva. Me dijo, que no estaba de acuerdo y me sugirió una carrera científica. Recalcó que fuera de la cooperación las ciencias sociales no dan de comer. Sin embargo, cuando construí mi tesis pasó horas conmigo abonando a la historia que trataba de reconstruir.

El doctor Guzmán Böckler tenía una fe inmensurable en la juventud, producto de un dato que mencionaba: Arévalo
tenía 40 años al momento de convertirse en Presidente, Arbenz 37 y la edad promedio del Congreso de la Revolución de Octubre fue de 26 años. Por eso, no fue egoísta con el conocimiento que poseía y hasta el final apoyó diversos espacios de formación, especialmente de jóvenes.

Él deja un legado intelectual incalculable para América Latina, en parte  gracias a su disponibilidad de afrontar y cuestionar su identidad ladina. Algo que pocos intelectuales guatemaltecos son capaces o están dispuestos a hacer.  También deja la advertencia de que sin importar la profesión, sin conciencia social no somos nada. Y finalmente, nos deja su biblioteca, ese santuario que tanto amaba y cuidaba, en manos de la Cooperación Española de La Antigua Guatemala.

Hoy, estando lejos, me cuesta decirle adiós, don Carlos.

Fuente: [www.elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

María Aguilar Velásquez
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