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“A mis papás no los mataron; ellos viven en mí”

Un diputado por 25 años, desde 1991 hasta el 13 de enero de 2016, no debería ser investigado sólo por corrupción sino también por asesinato. Una investigación de Nómada demostró que Baudilio Hichos era el jefe operativo de la tenebrosa Panel Blanca en 1988, el año en el que fue desaparecida y asesinada Ana Elizabeth Paniagua. Pero el reportaje tenía una imprecisión. La hija de Ana no se fue de Guatemala junto al resto de su familia; se quedó en el país y, como su mamá, ahora es corredora y activista.

Por Gladys Olmstead

A Ana Elizabeth Paniagua sus amigos y familiares le decían Betty. Era dirigente estudiantil y capitana del equipo de atletismo de la Universidad de San Carlos. Fue secuestrada y asesinada por la Panel Blanca en febrero de 1988. Y tenía una hija de 4 años llamada Elisa, que tomó la estafeta de su mamá.

La Panel Blanca era una herramienta de uno de los cuerpos policiales del Estado, la Guardia de Hacienda, que en teoría era la oficina encargada de detener el contrabando en las aduanas y en el mercado nacional; el licor clandestino fabricado por indígenas, especialmente. Pero eso era en papel. En realidad era una de las oficinas encargadas de capturar, desaparecer, torturar y asesinar a sospechosos de ser guerrilleros.
Y en la época más oscura de Guatemala entre 1978 y 1989, cualquier razón era motivo para ser considerado guerrillero. Tanto que para ganar la guerra a unas guerrillas que en su apogeo llegaron a tener 15,000 efectivos –según la propia inteligencia militar–, el Estado y las fuerzas paramilitares decidieron asesinar a 200,000 personas y desaparecer a 45,000.

Dos de esos desaparecidos o asesinados se llamaban Gustavo Adolfo Meza Soberanis y Ana Elizabeth Paniagua Morales. A ambos los indignaba vivir en un país tan injusto como la Guatemala de las dictaduras y de la tutelada transición a la democracia. Ambos también estaban enamorados. Y el domingo 20 de marzo de 1983 tuvieron una hija. Le pusieron María Elisa. María Elisa Meza Paniagua.

Elisa, ahora de 33 años, recuerda la historia de sus papás.

Elisa Meza Paniagua, la hija de Ana Elizabeth Paniagua. FOTO: CARLOS SEBASTIÁN

Elisa Meza Paniagua, la hija de Ana Elizabeth Paniagua.
FOTO: CARLOS SEBASTIÁN

Su papá, Gustavo, nació en la Ciudad de Guatemala, y era médico cirujano. Militaba en la guerrilla de la Organización del Pueblo en Armas (ORPA). Su seudónimo era Hugo. Lo desaparecieron en la colonia Ciudad Nueva, en la zona 2 capitalina, el 7 de septiembre de 1983, cuando Elisa estaba por cumplir 6 meses de edad. Nunca supo de su paradero. En el Planeta Tierra, la desaparición de una persona durante un conflicto armado, sea combatiente o civil, es un crimen de guerra, de lesa humanidad.

Los papás de Elisa, Gustavo y Betty, se conocieron porque querían cambiar el país. Betty era activista, simpatizaba por la guerrilla y Gustavo era médico y guerrillero. “Ella estaba organizada desde pequeña, desde el colegio. Estaba en contra de muchas cosas (injustas)”, recuerda Elisa, muy cercana en el trato.

Tras la desaparición de su pareja, Betty Paniagua se quedó sola con su hija y siguió buscando cambios desde el movimiento universitario. “Ella y yo éramos una, y cuando tenía actividades, me llevaba. Siempre estábamos juntas”, cuenta Elisa.

Los papás de Elisa, Gustavo y Betty, se conocieron porque querían cambiar el país. Betty era activista, simpatizaba por la guerrilla y Gustavo era médico y guerrillero. “Ella estaba organizada desde pequeña, desde el colegio. Estaba en contra de muchas cosas (injustas)”, recuerda Elisa, muy cercana en el trato.

Pero Betty Paniagua no se sentía segura. Después de la desaparición de su pareja en 1983, en 1985 su cuñada Mayra Janneth Meza fue secuestrada por segunda vez, torturada y asesinada. Su cuñada era estudiante de psicología, tenía 23 años y una hija pequeña, Alicia, la prima de Elisa.

En 1987, ya en el inicio de la transición a la democracia en Guatemala, Elisa recuerda que se fueron a Nicaragua como refugiadas. Vivieron en un convento de monjas por tres meses mientras se calmaba un poco la situación.

“Regresamos después a Guatemala a vivir con mis abuelos y mi mamá trabajaba en el Club Campestre La Montaña”, en la zona 19 capitalina. Betty, además, trabajaba en la Universidad de San Carlos y era la capitana del equipo de atletismo.

Hasta el martes 9 de febrero, cuando fue detenida y asesinada por los policías de la Panel Blanca.

Después de esto, la familia Paniagua logró asilo en Canadá. Pero Elisa, de 4 años y medio, se quedó en Guatemala con su abuela paterna, María del Carmen Soberanis, y con su prima, Alicia, hija de Mayra Janneth.

“Nosotras crecimos como hermanas, y aprendimos a no hablar de eso (de las desapariciones y los asesinatos de sus papás). Para mí, mi mamá era mi abuela y yo no tenía papá”, recuerda Elisa.

El tiempo transcurrió para Elisa, sin justicia. Y no tenía muchos recuerdos de sus papás.

“Hablar de esas cosas para mi abuela era muy duro, porque ellos dos (Gustavo y Mayra) eran sus únicos hijos”.

Elisa buscó llenar sus vacíos, y se convirtió en adicta a las drogas. “Yo pasé, de alguna manera, anestesiada por muchos años, hasta que conocí a mi esposo”.

Con él conocieron del “Diario Militar”, que es en un listado de 183 personas desaparecidas por las fuerzas de seguridad de Guatemala, entre agosto de 1983 y marzo de 1985.

“Ahí encontré el nombre de mi papá, y me decidí a buscar más cosas de él y de mi mamá”, dice mientras sostiene los afiches en los que aparecen los nombres y las fotografías de su papá y su mamá.

Para encontrar las respuestas a las preguntas que se hizo por años, comenzó a acercarse a organizaciones como H.I.J.O.S. Éste es un grupo fundado en Argentina en 1995, que responde a las palabras “Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio”. Dos años después de la firma de la paz, en 1998 llegó a Guatemala para organizar a los hijos de las personas desaparecidas durante el conflicto armado interno.

Se dedican a sensibilizar a la sociedad guatemalteca en los temas relacionados con capturas y ejecuciones extrajudiciales a través de grafittis y carteles que pegan en las calles de la Ciudad.

“Veía las empapeladas y me parecían chileras. Pero yo decía: ‘quiero ver algún día a mi mamá y a mi papá aquí’”, en las paredes de ¿dónde están? en las calles de su ciudad. Lo logró.

Para encontrar las respuestas a las preguntas que se hizo por años, comenzó a acercarse a organizaciones como H.I.J.O.S. Éste es un grupo fundado en Argentina en 1995, que responde a las palabras “Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio”. Dos años después de la firma de la paz, en 1998 llegó a Guatemala para organizar a los hijos de las personas desaparecidas durante el conflicto armado interno.

Ahora mantiene una sonrisa en su cara la mayor parte del tiempo. Tiene una hija de 6 años, y habla de su pareja con mucho cariño.

“Yo no me considero víctima; yo soy sobreviviente. Si hay algo que mi mamá me dejó a mí es ese espíritu de lucha, y yo se lo paso a la nena; y ahora la ves y a ella también le encanta empapelar”.

Elisa y Betty siguen compartiendo: “Poco a poco conozco más de ella y es bien bonito darte cuenta que ella hacía cosas que yo hago. Mi mamá hacía atletismo; ella corría, y yo también corro”.

Mete las manos dentro del sobre en el que guarda sus tesoros, las fotos de su mamá y su papá. Y aunque las ha visto tantas veces que las conoce de memoria, las vuelve a mirar todas. Pasa una detrás de la otra, y las observa con detalle. Después se detiene y levanta la mirada: “Mis papas no están muertos, porque ellos viven en mí”.

“Yo no me considero víctima; yo soy sobreviviente. Si hay algo que mi mamá me dejó a mí es ese espíritu de lucha, y yo se lo paso a la nena; y ahora la ves y a ella también le encanta empapelar”.

Fuente: Nómada [https://nomada.gt/a-mis-papas-no-los-mataron-ellos-viven-en-mi/]