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Postal de otoño para intelicidas.

Desde mi escritorio en el Vermont Studio Center (VSC) veo pasar el río Gihon. Pesados ramajes caen sobre su ribera. En los claros del bosque las hojas muertas tapizan el suelo con colores radiantes. Los tréboles rojos, amarillos y anaranjados vuelan por el ambiente desde que las florestas empezaron a mostrar los cambios de coloración del otoño. En las mañana soleadas el viento frío arrastra las hojas, las levanta en remolinos y las vuelve a colocar como una alfombra que cruje bajo los pasos de la gente.

Hace unos días, aquí en el VSC, leí textos míos junto a colegas estadounidenses entre los que estaba mi buen amigo Richard Hoffman, quien nos brindó un bello poema dedicado a las generaciones futuras, en el que se refiere a la guerra como un desastre que afectó a su abuelo, a su padre y a él mismo: la guerra como causa de los conflictos intergeneracionales. Cuando me tocó leer, compartí algunas de las voces testimoniales de indígenas que sobrevivieron la ofensiva contrainsurgente de los años 80 en Guatemala, las cuales articulan mi libro Señores bajo los árboles (traducido al inglés como Face of the Earth, Heart of the Sky); voces cuyo relato humilde y sencillo de lo vivido por esta población no combatiente y sin armas (en el marco de un paisaje apacible) es tan impactante como la crueldad y el horror de que fue víctima.

Ahora que la ultraderecha republicana promueve una guerra entre Estados Unidos e Irán, en la que no sólo soldados y civiles cercanos al combate morirán, sino que todos seremos mojados por el invierno nuclear resultante, vale la pena llamar la atención sobre el futuro de la especie humana y del planeta que habitamos. Y para los intelectuales, hablarles de la guerra a los jóvenes es básico, pues son ellos los que caerán primero en los frentes de batalla.

A propósito de intelectuales, la agudeza humorística de Richard lo hace escribir frases como la siguiente, la cual le endilga a un mecánico de autos, su jefe durante un juvenil trabajo de verano: “El problema con los intelectuales es que no saben nada hasta que no se lo han explicado a sí mismos”. Pues claro; y aunque esto pueda verse como una reacción tardía e inútil, es la única posible para un intelectual. De lo contrario no sería un intelectual, sino un charlatán que habla de lo que no sabe y tampoco está dispuesto a pagar el precio de lo que dice con conocimiento de causa.

Quienes hablan de lo que ignoran se escudan tras la coartada de ser gente práctica; y desprecian el intelecto y a los intelectuales ¬—son intelicidas— porque les irrita la lucidez, la precisión y el impacto de las ideas bien fundamentadas y claramente escritas. Su lenguaje entrecortado y aproximativo —expresión de un torpe tartamudeo mental— les impide seguir en tiempo real la intensidad de la reflexión analítica. El problema del mundo no son los intelectuales. Son estos “prácticos” en puestos de poder. Ejemplo típico: George W. Bush. Por eso Richard se cuida de valorar la sabiduría popular de su mecánico, y yo la de mis testimoniantes.

No faltarán prácticos —o cortos de entendederas y sin sabiduría popular— que apoyen el ataque a Irán gritando que el islam lapidará a nuestras mujeres por adúlteras y dejará mancos a nuestros ladrones; lo cual expresa más un inconfesado temor al propio estilo de vida corrupto, que a lo que ignoran y no pueden llegar a imaginar. A esos dedico esta postal con el río que pasa, el viento que sopla y los tréboles bermejos que caen al suelo como la sangre ya por ellos derramada.

Johnson VT, 22 de septiembre del 2010.

Autor: Mario Roberto Morales

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