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Siguen las deportaciones

Jaime Barrios

Siguen las deportaciones. Nada ha cambiado. Las fotografías de guatemaltecos encadenados en Estados Unidos subiéndose a un avión que los deportará me llenan de indignación, de rechazo a un sistema internacional que ha dividido al mundo entre países ricos y naciones pobres. Bienestar para unos, carencias para otros. Existe una relación de causalidad entre la migración y la falta de desarrollo, pero también entre el superdesarrollo y el empobrecimiento de los países del Sur.

Emigrar no es un proceso fácil. En el caso de Guatemala no puede afirmarse nunca que sea voluntario. Los migrantes provienen de una sociedad devastada por la injusticia. Resulta una decisión tomada por la fuerza de la necesidad. Cuando el país donde naciste no te brinda empleo ni educación ni oportunidades, comienzas a imaginarte cómo podría ser la vida en otros países. Y para miles es el “sueño americano “una utopía casi imposible. Un sueño que para muchos termina en pesadilla: maltratados, secuestros o extorsiones en México y en el peor de los casos la muerte. Y desde Estados Unidos: la deportación.

Esos guatemaltecos deportados no han cometido ningún delito, solo tuvieron el proyecto de mejorar su vida y la de sus familiares. Considerables veces lo arriesgaron todo y no pocas terminaron perdiéndolo todo.

Las remesas significan para incontables chapines, el trabajar en condiciones subhumanas en Estados Unidos. Es frecuente el hacinamiento en viviendas colectivas (apartamentos pequeños donde viven 20 o más personas tiradas en el suelo). Y ha ocurrido que hasta son denunciados por los mismos patrones a la “Migra” norteamericana, para de esta manera evitar pagarles los salarios. Las remesas equivalen también a no consumir, a sacrificarse por la familia en Guatemala. Y en términos sociales la emigración ilegal lleva a la desintegración familiar, a los padres ausentes y a generaciones que no tienen una referencia paterna o materna porque esta se encuentra en el extranjero.

Los migrantes que logran llegar a los Estados Unidos vienen siendo sometidos a toda clase de atropellos. Los “sin papeles” han sido criminalizados. Sabemos de las violentas razias de la “Migra” contra los “ilegales”. De las detenciones de menores y de madres embarazadas. Y desde luego de las temidas deportaciones que terminan en el humillante viaje, sujeto a cadenas como si se tratara de peligrosos criminales. La emigración masiva desangra socialmente a cualquier país. La esfera familiar y la cultural se diluyen. Los ilegales pierden las tradiciones y su identidad; se vuelven ciudadanos de tercera o cuarta categoría en Estados Unidos.

Pero, mientras tanto, urge ahora luchar por una reforma justa y humana de la Ley de Inmigración. También insistir con la petición del TPS. Y no perder la fe en el futuro, con la convicción de que se romperán un día las viejas y duras cadenas. Porque es sin duda un deber patriótico luchar por la protección de los migrantes guatemaltecos indocumentados radicados en Estados Unidos.

Esos guatemaltecos deportados no han cometido ningún delito, solo tuvieron el proyecto de mejorar su vida y la de sus familiares. Considerables veces lo arriesgaron todo y no pocas terminaron perdiéndolo todo.

Fuente: [http://www.s21.gt/2016/05/siguen-las-deportaciones/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Jaime Barrios Carrillo
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