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Retazo expositivo acerca del hipo

La proximidad auténtica entre los seres humanos es creativa, hermosa éticamente y de un gran poder terapéutico…
Son mis palabras, pero los conceptos esenciales son de Jaime Barrios Peña, catedrático y amigo.
Mario René Matute

El hipo me ha comenzado a fastidiar de nuevo y ha habido días en que no logro eliminarlo y me jode durante varias horas. Yo he reflexionado, lo más profunda y científicamente que me ha sido posible, en relación a las causas y el significado del hipo como una expresión no propiamente saludable del organismo y he tocado algunas posibles motivaciones tratando de ser lo más sincero conmigo mismo en esos esfuerzos, sin utilizar ningún mito de los que se sirve el psicoanálisis desde Freud en adelante.

El cerebro es el órgano mas complejo que tenemos y al vincularse con todas las demás partes de nuestro cuerpo utiliza la energía nerviosa, que puede comprenderse –dicho de la manera más simple– como una multiplicidad de acumuladores y conexiones que reciben y envían descargas a todos los puntos vivos del cuerpo.

Esas descargas no consiguen siempre activar con toda precisión los objetivos exactos de su estimulación, ya que otras descargas aleatorias, adicionales, afectan los mismos puntos y entran en una suerte de contradicción con aquellos impulsos naturales. De esa manera las manifestaciones no se dan con la expresión o la forma que debieran presentar.

Por ejemplo, yo he desarrollado desde la adolescencia una estructura energética que me prohíbe el llanto, eso por razones quizá un poco equívocas de la virilidad y la resistencia machista. La tormenta de acontecimientos y de situaciones que desde hace algunos años han venido rodeando mi existencia, me deben exigir una buena cantidad de llanto, pero la fuerza que ha ganado la convicción de no llorar es como una pequeña batería que se acciona ante cualquier estímulo normal de sufrimiento o de dolor emotivo. Esa contradicción obliga al cerebro a continuar remitiendo sus órdenes, aunque los órganos normalmente receptores y correspondientes a esos estímulos no tengan la capacidad de vincularse adecuadamente al circuito que los accionaría. Entonces, las estimulaciones emocionales, por ejemplo, van a otros puntos y producen acciones impropias y hasta patológicas. Así, yo, en vez de permitir que las órdenes cerebrales emocionales de llorar modifiquen la resistencia terca y rígida de la espalda y hasta de las piernas, sólo me quedo con ciertos espasmos diafragmáticos sin quejidos y claro, sin lágrimas y sin sollozos. Creo, entonces, que mi hipo es una forma disfrazada de los espasmos de un llanto antiguo y actual que no logra estructurarse y expresarse como lo que es.

Así, a mí me han  aparecido manifestaciones extrañas en las épocas de mayor sufrimiento. Cuando me divorcié y debí salir de aquella casa que era como la consolidación de nuestros sueños, debí separarme de mis hijos y plantearme una manera nueva y  diferente de vivir. Entonces me apareció algo que los médicos calificaron como «alergia gigante» porque cada pequeña roncha de la alergia se hinchaba groseramente en varias partes de mi cuerpo –la espalda, un poco en el pecho, en los brazos y en las piernas– afortunadamente nunca aparecieron en la cara. Yo las tocaba como si fueran mitades de una manzana grande.

Lo mismo me sucedió con el asesinato de mi hijo. Lo mismo con el exilio. Lo mismo con la muerte de Jimena.

Me parece que debo llorar para curar el hipo. Voy a tratar de hacerlo.

Creo, entonces, que mi hipo es una forma disfrazada de los espasmos de un llanto antiguo y actual que no logra estructurarse y expresarse como lo que es.