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Las Flores que Nadie Quiso

El manto de la noche se tendió sobre las montañas y las plazas poco a poco se quedaban vacías, esperando el sereno… Sin nada que hacer, más que escuchar las historias triadas de la abuela el niño se fue a dormir.  Reclino la cabeza en la almohada, más no conciliaba  el sueño ,era como si una voz lo llamara, una voz que no lograba distinguir, todas las noches era igual, tratando de dibujar en su mente un rostro que apenas lograba recordar, tratando de reconocer una voz que desconocía. Se asomaba a la ventana y desde allí soñaba con emprender un camino que no sabía a dónde le conducía, mientras la luna de Xelaju lo contemplaba con la cara  tiznada.

Lo tenía todo, pero todo era nada, sin la presencia de quien le dio el ser, no soportaba ser el pepe de la escuela, ser huérfano de madre, sabiendo que por razones que desconocía, su madre vivía en un lugar que solo había oído mentar.  Por lo que un día como un ángel el niño emprendió el vuelo en búsqueda de su madre.

Con tan solo unas pocas monedas y el alma llena de esperanzas, antes de abordar el bus, Ángel conto una a una las monedas y pago por una gallina que compro en el mercado, que sería su única compañía, en la travesía rumbo a la ciudad capital, con cara de asustado y de equipaje sus escasos recuerdos, unas pocas indicaciones de cómo llegar, abordo el autobús de sus temores y esperanzas, dejando atrás la comodidad y seguridad. En un viaje que duro unas horas, donde todo le asombraba, se llenaban sus ojos de paisajes, así como de incertidumbre  al no saber con certeza si iba en el camino correcto.

Al llegar a la capital, bajo del autobús con su carita de asustado, abrazando la gallina y apretando con su mano aquel papel.  No era más que un niño  perdido en la “Tacita de Plata” (como se le llamaba a la capital guatemalteca), con un mapa que apenas le alcanzaba para espantarse el susto.  Pregunto una y otra vez, pidiendo indicaciones y su carita denotaba que no andaba de vacaciones, sin un número de teléfono al cual llamar, preguntando una y otra vez, le sorprendió la noche y un aguacero que le empapo hasta el alma. Se quedo dormido bajo un puente, abrazado a la gallina.  Al día siguiente el hambre lo despertó y lleno de temor, mas con esa determinación que nace del corazón que ama, con las pocas pistas siguió buscando el camino.  Llegado el medio día, la barriga le reclamaba, los pies le ardían y hasta el temor había cedido ante el cansancio… La desesperación poco a poco se alojaba en su pecho, siguiendo su instinto, ya que aquel mapa no le conducía a nada.  Cayendo la tarde, cuando pasaba por un mercado, una mujer lo vio y sin conocerlo, mas reconociendo las facciones de la madre en el rostro del niño, le pregunto: ¿A quién buscas? El contesto: a mi mama y por una de esas benditas “Causalidades de la vida” aquella mujer lo condujo asía ella.

La madre, estaba trabajando y al verlo llegar, lo reconoció inmediatamente, sus ojos se llenaron de alegría y por sus mejías corrían lagrimas de cristal, corrió hacia él dejando todo a un lado, el niño corrió también llevando la gallina, que era un regalo para  ella. En la casa de aquella mujer, no había muebles, ni comodidades, pero estaba llena de un amor, que la convertía en un rincón cerca del cielo, sus días eran de fatiga y trabajo, más aun que siempre andaba ocupada, lo abrazaba a cada momento de forma efusiva como quien celebra una fiesta. Pese a las limitaciones y pobrezas aquellos eran los días más felices de su  vida, corriendo tras la gallina, retozando con los patojos (niños) del barrio y con los mimos de su madre la pobreza no parecía importarle.  Mas esta suele ser dura y muchas veces duele.

No paso mucho tiempo, para que la abuela llegara a la capital a buscarlo, determinada a llevarlo de regreso, ya que era su único nieto, el destinado a seguir con el nombre y la tradición de la familia.  Lo encontró junto a la madre, ayudándola en su trabajo, quiso arrebatárselo de un tajo, pero esta vez, ella ya no era la niña que asustada se quedaba cayada, lucharía por él, aquel día se fue la abuela, pero volvería. Y así lo  hizo más de una vez, sin conseguir su objetivo.  Hasta que finalmente decidió a apelar a lo que ninguna madre le puede negar a un hijo, un futuro mejor… Sabía que nada tenía, que junto a ella, su futuro era de incertidumbres, pues a duras penas le lograba ofrecer el pan de cada día, así que  por el bien del niño accedió, mas al ir por él, Ángel se resistió a irse con la abuela, ella se enojo y no comprendía como él podía preferir el vivir en aquella pobreza, por lo que se jugó su última carta y el dijo: Si no te vienes conmigo, nada te daré, ni ahora, ni en el futuro, perderás tu herencias. Aquello al niño poco le importo, con tal de estar cerca de su madre.

La madre trabajaba hasta en cansancio, sin días feriados, ni domingos, ni mucho menos con vacaciones, aun así  la pobreza era día a día alguien recurrente que se instalaba en sus vidas. El tiempo como siempre ganaba la partida y el niño crecía, poco a poco se hacía consiente de la pobreza  que le rodeaba y estaba dispuesto a sacarla  de sus vidas. Tendía sus manos chiquitas para trabajar en cualquier menester, que le permitiera ganar algún dinero, que con el orgullo de un hombre le daba a su madre…

Pero no siempre, había la oportunidad para que un niño, se ganara unos centavos y aquel día de las madres, era uno de esos días en que la oportunidad no le llego, aun así, se fue al mercado de la “Placita Quemada” con todo la ilusión del mundo, contando los centavos con la mano metida en el bolcillo del pantalón, mientras caminaba silbando una canción; se dirigió al área donde estaban  las vendedoras de flores, que en pleno mes de mayo, hacían como se decía, “su agosto” dado el precio y la demanda que tenían las flores por aquellos días.  Se dirigió a una de ellas, las que tenía las rosas más bellas, más al preguntar el precio por la docena de rosas, se sintió chiquitito, sus centavos eran nada.  Luego pregunto por los claveles, después por las margaritas, los crisantemos, las orquídeas, pero al parecer el dinero de su pequeño mundo no alcanzaba…Decepcionado y triste, se puso a caminar alrededor del mercado, como buscando que el cielo le tendiera una mano y alguien del mercado necesitara de sus servicios, como mensajero, cargador o limpiador, pero nada.  Le dieron las horas de la tarde, hasta que alguien necesito ayuda, para acarrear unas cajas, el presuroso se ofreció y gano el primer dinero de aquel día, mas aun así le fue insuficiente.  Con la tristeza de quien renuncia se disponía a regresar con las manos vacías, con el estomago refunfuñando y sus ilusiones de niño  tiradas en el suelo cual si fueran pedazos de espejos quebrados, empezó a salir del mercado, viendo a los elegantes señores que llevaban con ellos los grandes arreglos florales. Como que una mano lo condujera, se dirigió al basurero del mercado y sobre poniéndose a los olores nauseabundos, se puso a buscar entre los desperdicios y basura, poco a poco iban apareciendo rosas, claveles, crisantemos y flores que nadie quiso, hasta que sus brazos se llenaron de tantas que sus manos apenas las lograban agarrar, luego se fue a una de las piletas del mercado a lavarlas con cuidado, una a una las fue limpiando, eran como diamantes entre el barro, que una vez limpias brillaban con luz propia…

Presuroso se fue a casa, con el alma llena de ilusión, pues le llevaba a su madre el ramo de flores más hermoso del mundo, ella lo vio llegar con esa alegría que desborda, lo abrazo efusivamente,  él le  entrego las flores, ella lo beso como quien quiere comérselo a besos, busco el frasco más grande que tenían en casa y las puso en la meza, cenaron juntos, comieron lo de siempre, pero en ambos había una alegría, que trascendería el tiempo.

Autor: Oxwell L’bu

Foto : Internet