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Cuando me enteré por la prensa de que había muerto Jorge Sarmientos, los recuerdos se vaciaron sobre mi escritorio. Sus agudas clases de apreciación musical en la Landívar, el valiente estreno de su monumental “La muerte de un personaje”, las interminables noches de bohemia en el Bar Pan American y otros lugares sagrados, él sentado al piano tocando su hermoso bossa nova “Nostalgia”, las apasionadas conversaciones sobre política, sus lágrimas cuando se entristecía o se enojaba, su sonrisa sincera y su amistad sin dobleces. El “maistro” fue para mí una plataforma básica de mis afectos y lo seguirá siendo mientras yo tenga memoria. Lo saben su esposa y sus hijos, a quienes abrazo en esta hora en que se aleja con estruendo de timbales y oberturas wagnerianas. Su legado musical para Guatemala y el mundo es eterno. No creo que eso lo ponga en duda nadie. Por eso, y por el momento, no me resta sino decir “Nos vemos, ‘maistrísimo’. Usted sí puede decir ‘misión cumplida’”.

 

Mario Roberto Morales
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