Ayúdanos a compartir

Cuando nacieron mis sueños me sentí muy feliz porque descubrí que había un lugar lejano donde amar, habían pasado tres inviernos desde que conocí la palabra amor, en el bosque de mi corazón habitaba el perfume de su pasión y desde entonces había procurado ser sólo el hombre más soñador del universo.

Habíamos sido los dos seres más felices, durante los tres primeros años ambulando solitarios por los anillos del espacio atravesamos el extenso sistema solar, con constelaciones tupidas que apenas si lograba filtrarse la oscuridad, todo parecía tan bello como cristales celestes todo era silencioso, el rumor de nuestras voces era lo único que se escuchaba en eco.

Encontramos el primer lugar donde ella quiso descansar y para que se sintiera bien la complací de inmediato, me puse a investigar donde estaba ubicado y mi sorpresa fue que estábamos en el planeta Marte, era como una naranja flotante todo era lleno de paz y tranquilidad  donde podíamos brindarnos todo nuestro amor, pero había algo que no me parecía, éramos los únicos habitantes; después de varias horas ya no había más que hacer en el planeta rojo, lo que mi corazón me hizo hacer fue que me le acercara a su oído derecho exclamándole una poesía de amor como el color rojo del planeta que ella descubrió, nos marchamos de Marte para hacernos a una luz azul que se observaba a lo lejos caminamos hacia la luz llamativa que brillaba como los ojos de mi amada y al llegar cual fue la sorpresa que estábamos pisando el suelo de Venus, hizo estallar mis llamas secretas de la ilusión, me sentía lleno de tranquilidad, mis nostalgias habían sanado en la gran luz estelar, todo lucía como un bello jardín y mi alma se enamoró más de la persona que me acompañaba a ese planeta místico mis labios parecían de fuego tras la luz pálida de Venus con un fuerte viento de la atmósfera prometí ni un momento dejarla de amar y decidimos marchar hacia otro lugar.

Tras unos instantes de caminar, una estrella fugaz con estela de fuego se observaba en una lejana silueta. Y con su aliento nos hizo una pregunta, diciéndonos: pueden pedir un deseo ya que en el espacio la paz han encontrado; en un instante no pude pensar más y mi deseo grite escuchándose a los cuatro vientos le pedí que en el mundo ya no existiera desamor cambiando las espadas por rosas y que nuestro amor creciera aún más en mi corazón, mientras se observaba su fuego escuchamos su voz aguda diciéndonos tu sátira hoy se cumplió, nos quedamos impresionados de lo bello que era el universo decidimos seguir en marcha conociendo más de lo hermoso que nos mostrara el espacio donde por fin pude llegar a amar a solas a mi hermosa amada.

Y seguimos paseando por el espacio azulenco cuando a lo lejos observamos un bello espiral quien se presento como “hombre de caballo” nosotros asustados le volvimos a decir que como se llamaba y el sonrientemente contesto soy la constelación de Andrómeda, las personas sólo pueden verme en otoño y ustedes dos seres pequeños han sido afortunados de conocerme y sólo preguntó cuál era nuestro destino y asustados le contestamos que ya queríamos volver a casa, sólo paseábamos por unos instantes porque en los lugares lejanos era donde se podía amar aún más, y respondió aún están lejos de tierra pero le voy a dar ordenes a la constelación pegasus que los guíe por el camino más corto, sólo tengan mucho cuidado por que hay muchos agujeros negros en el camino y sigan disfrutando del amor en el espacio.

Siendo guiado por pegasus nos acercamos al cuerpo celeste más bello del espacio, todos los enamorados lo conocían como luna, un lugar mágico lleno de claridad pero a la misma vez con mucho frío, en ese mismo lugar conocimos a dos seres muy pequeños de color verde claro que se presentaron como Ray y Yubiri, dos pequeños muy amigables, la única pregunta que nos hicieron fue si éramos terrícolas, por supuesto no hubo respuesta el marcianito algo extrañado se mira con su colega y vuelve a esperar la respuesta, lo único que le pude decir a mi amada en ese instante fue somos dos en una sola persona pero estamos a una gran distancia de casa y eso es nuestro principal rival tu vestido negro lo miro increíble con la enorme luz que nos brinda nuestra hermosa luna pero algo me dice que tenemos que volver, en ese instante decidimos regresar a casa pero ese lugar era mágico no quería salir de él, era un lugar donde se ocultaban los secretos de mi almohada cada cicatriz de nuestro amor en ella sanó, al marcharnos de la luna sentía que mis sueños se desvanecían y la realidad caía con mi propio peso aun así daría todo lo que yo tenía por seguir viviendo ese sueño por unos instantes me sentí libre con mi amada, aún estaba soñando con mis ojos abiertos cuando con un eco se escucha a los dos seres de color verde es hora de irnos los pasaremos dejando a su planeta decidimos regresar a casa pero los bellos momentos fueron fue el instante adecuado para que la boca de mi corazón hablara por todo lo bello que sentía, sólo perdimos el rumbo por unos momentos nuestro corazón fue el que nos hizo caminar sobre preciosos instantes, aferrándome más de la sonrisa de mi amada, las lágrimas solitarias que un día derrame por ella desaparecieron en el espacio cuando regresaba al planeta con vida en segundo ya estaba pisando tierra regresé a ser el de antes con la misma alegría, el mismo entusiasmo, pero aprendí que en un lugar lejano es mejor para poder amar…

Hay personas que por muy lejos que estén, cuando vuelven parece que jamás se marchan  y cuando marchan dejan un hueco abierto para a su regreso ocupar de nuevo su lugar…