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La Quema del Diablo o Día de los Fogarones

Celebraciones de Guatemala


El verdor de los barrancos que rodean aquella península incrustada en el valle de la capital, se podía respirar, inundando las pupilas de los ojos de los patojos, que bajaban a ellos, inventando aventuras con su imaginación…

Al finalizar el siclo lectivo, a finales de octubre, se podía ver grupos de patojos bajando a los barrancos (el de Lo de bran  y el de las Guacamayas), en busca de chiribísco (ramas  secas) en anticipo a la quema del diablo o día de los fogarones, que año tras año se realizaba a lo largo y ancho de la capital  guatemalteca el 7 de diciembre en la víspera al día de la Inmaculado Concepción(Celebración que según los historiadores data del siglo XVI) y que era el punto de partida de las fiestas de fin de año.

Todos los días se miraba a los patojos hiendo  a los barrancos con los machetes en mano, algunos con mochilas y cantimploras como si fueran de excursión, allí se estaban horas y horas explorando un terreno por todos conocido, dejándose inundar por la naturaleza, para luego regresar con algunas ramas aun verdes, que ponían a secar en los techos, de duralita de las casa de la Colonia, así entre juegos y excursiones a esos lugares donde cada día se internaban en busca de  nuevas aventuras les llegaba el día tan esperado, acumulando el chirivisco y juntando todos aquello que en la casa era inútil o que simple y sencillamente traía malos recuerdos(como ropa, libros de mala lectura, la tarjeta con malas calificaciones y todo aquello que fuera sinónimo de tristeza o desventura).

Llegado el 7 de diciembre (Día de los locutores en Guatemala) muy de mañanita los patojos de la cuadra se juntaban en los campos de la Colonia, para designar el lugar donde harían el mentado fogarón.  Algunos se quedaban apartando el espacio, para que no lo ocuparan los patojos de las otras cuadras, los demás iban bajando poco a poco el chirivisco, acumulado en los techos de las casa y poco a poco lo iban juntando, hasta ir formando una fogata, a la que posteriormente se le irían agregando los objetos no deseados.  Para eso de las cuatro de la tarde todos los espacios vacíos, de los campos de la Colonia(Los campos de fútbol del centro y de las Isla, los terrenos al lado de mercado), estaban  ocupados por fogatas listas para ser encendidas, por los patojos que las rodeaban, en espera de la hora, como quien espera una fiesta.

Ante la impaciencia de los patojos y muchachos, el sol poco a poco se iba rindiendo a los encantos de la luna, preparándose para ir a dormir.  Al dar las seis de la tarde, los patojos brincaban de alegría, mientras alguien encendía la fogata, aquel era el momento esperado, donde con la complicidad de la obscuridad mas de alguna chica quemaba las cartas que un día la llenaron de ilusión, pero que ahora no eran más que el recuerdo de desventura de un desamor…  Otros incineraban sus rencores, sus tristezas y todo aquello que les aprisionaba el corazón y les amargaba la vida, echando sobre las brazas, algún objeto que era como un símbolo de purificación.  La tierra bañada de obscuridad, en aquel momento se llenada de luz, la luz de los fogarones que hacía que las tinieblas salieran corriendo ante la alegría de los patojos y la esperanza de los adultos.

Quemando cuetillos, cantando canciones poco a poco se iban consumiendo los fogarones… La atmósfera era de alegría, mezclada con el humo de lo incinerado dejaba esa sensación de irse preparando para un nuevo nacimiento del “Verbo que se hizo carne y vino a habitar entre nosotros” esta vez en el corazón.

Oxwell L’bu

Foto: Internet