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Gol de cabeza: Anticrónicas de futbol

Egipto (2008)

César Abraham Navarrete Vázquez

El crucero interrumpió su navegación por el río Nilo y tocó puerto para que los huéspedes compraran chilabas, kufiyas… Esa misma noche habría una fiesta de disfraces. Aquella mañana padecía de un severo malestar estomacal; consecuencia de la sobrealimentación y el calor abrasador. Sin embargo, decidí secundar a los tripulantes en vez de quedarme a descansar en el camarote.

Mientras ellos buscaban prendas en el mercado, yo me guarecí a la sombra. Un vendedor se allegó a mí para enterarse de mi nacionalidad y engatusarme. —Mexicano —le respondí. Me espetó un reto: —Al-Ahly vencerá a Pachuca en la Copa Mundial de Clubes el mes siguiente en Japón.

De pronto, más personas se arremolinaron, enumerándome los logros de los Diablos rojos. —Yo apoyo a los Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México —establecí. No les importó mi aclaración: continuaron azuzándome por mi procedencia.

Se sentían muy confiados porque «El Nacional», encabezado por Mohamed Aboutrika —el Zidane egipcio; si bien fonéticamente el apellido su compañero de selección, Mohamed Zidan, es más cercano—, había derrotado al Cotonsport Garou de Camerún por cuatro goles a dos en sendos partidos de la final de Liga de Campeones de la Confederación Africana de Futbol. Coincidentemente, al comienzo del año, la selección egipcia venció a la camerunesa en la Copa Africana de Naciones de Ghana. Pese a ganar el torneo de selecciones más importante de su continente en 2006, 2008 y 2010, Egipto no clasifica al Mundial desde Italia 1990.

El principal antagonista del popular Al-Ahly es el Zamalek Sporting Club, ante quien disputa el derby de la superpoblada capital egipcia. Se trata del encuentro que congrega a más aficionados tanto en África como en el denominado «mundo árabe» —aproximadamente 90 millones de seres humanos se involucran. A Egipto se le considera como «la madre del mundo». En 2007 las facciones palestinas de Ḥamās y Fatḥ pactaron una tregua para disfrutar de uno de los juegos.

La gente acomodada de la ciudad apoya a Los caballeros blancos de Zamalek, institución en la que algunos hijos y nietos sucedieron a exitosos integrantes de la plantilla original. Asimismo, se le vincula con la milicia.

Entonces ya se hablaba de la próxima Copa Mundial Sub-20 a realizarse en 2009. Alaa y Gamal, hijos de Hosni Mubarak —«la vaca que ríe» como lo apodaba mi guía, en alusión a la marca francesa de queso—, llevaron el certamen al país para conmemorar el treinta aniversario de su padre en el poder.

Una de las sedes fue el Estadio de Puerto Saíd, donde a la postre, el 1 de febrero de 2012, murieron 74 personas. Al-Masry («El egipcio») derrotó por tres a uno al mencionado Al-Ahly. La noticia de la tragedia recorrió el mundo.

Aterricé en el Aeropuerto Internacional de El Cairo en medio del bullicio. Tanto en el interior como en el estacionamiento, abundaban los seguidores de Al-Ahly; portaban orgullosos la camiseta del mejor equipo africano del siglo XX —su respaldo consta de 50 millones de personas—, mientras con gritos y brincos ondeaban las banderas al ritmo de los tambores.

La vehemencia de tales manifestaciones me evocó a los habitantes volcados a las calles para celebrar el fin de alguna cruenta guerra civil. Sin saberlo —ni ellos, ni yo—, esta coreografía futbolera anunciaban la caída de El faraón durante la «Revolución blanca» de febrero de 2011. La afición de Al-Ahly, acompañada por algunos de sus jugadores, participaron de las protestas en Mydān āt-taryr (Plaza de la liberación), marchando y entonando cánticos.

El 13 de diciembre de 2008 en el Estadio Nacional de Tokio, Pachuca —fundado en 1901, y cuyo origen se debe a los mineros ingleses de la Compañía Minera Real del Monte de Pachuca— venció por cuatro a dos al Al-Ahly, creado en 1907 para acoger a los estudiantes cairotas inconformes por la colonización.

El día en que comencé esta narración, más tarde, pasé la peor noche de mi vida postrado en cama. No estuve en el espectáculo a bordo de la embarcación. Afortunadamente ingerí un medicamento muy efectivo y a la mañana siguiente me reincorporé para seguir descubriendo los tesoros del Antiguo Egipto. Ya de vuelta en casa, recordé con mayor claridad los semblantes y las palabras de los arrogantes fanáticos egipcios.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.