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Persiste como símbolo frente a más de tres décadas de terror e impunidad en Guatemala

Se cumplen 36 años de la desaparición de la escritora y periodista Alaíde Foppa

Dejó huellas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México

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Foto cortesía de María del Carmen Fernández de Lara

Dicen que es posible conocer a una persona por las canciones que escucha o por los libros que lee y sin dudas fue una suerte poder husmear en la colección de la poeta y feminista guatemalteca María Alaíde Foppa.

Decenas de libros acumulados en varios cajones y donados por su familia a la Biblioteca Nacional Luis Fernández y Aragón (El nombre de la Biblioteca Nacional es Luis Cardoza y Aragón, error del artículo original) de este país hablan de ese ser especial que desarrolló un pensamiento orgánico, adelantado para su época, y cuyo legado valdría la pena acabar de poner a disposición del público.

Pero más allá de su genio intelectual, para muchos guatemaltecos Alaíde Foppa continúa siendo uno de los símbolos femeninos de los años de terror e impunidad que azotaron a esta nación por más de tres décadas durante el conflicto armado interno (1960-1996).

Su secuestro y desaparición, el 19 de diciembre de 1980, es recordado como una de las atrocidades más impactantes de fuerzas aliadas del Estado en Guatemala.

Aún está fresca en la memoria popular la noticia y fuentes periodísticas como la revista Proceso de México dan fe del movimiento de protesta que despertó en muchas partes la desfachatez de los agentes del servicio de inteligencia G-2 del Ejército guatemalteco, durante la dictadura de Fernando Romeo Lucas García.

A éstos es atribuido el secuestró de la reconocida escritora, catedrática y periodista, quien nació el 3 de diciembre de 1914 en Barcelona, España, y vivió parte de su adolescencia y primeros años de universitaria en Italia.

Intelectual comprometida

El traslado de Alaíde Foppa a la tierra donde nació su madre tuvo lugar en medio del proceso que detonó la revolución democrática de 1944 y a la llegada al gobierno de Juan José Arévalo (1945-1951), con el cual tuvo un hijo resultado de un romance, que terminó para fundar una familia con Alfonso Solórzano.

Probablemente la unión de por vida con Solórzano, hombre de renombre intelectual y militante fundador del Partido Guatemalteco del Trabajo, tributó a la consolidación de su pensamiento político y a su involucramiento en campañas de alfabetización, como voluntaria en hospitales, y otras misiones del momento.

Sin embargo, es imposible hablar de la trayectoria de esta intelectual comprometida con su tiempo sin mencionar su estancia en México, donde tuvo a tres de sus cinco hijos, después de acogerse al asilo político en ese país tras la caída de Jacobo Arbenz en Guatemala (1954).

El reconocimiento a Foppa guarda relación con las huellas que dejó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, como profesora de literatura italiana y de la primera cátedra de sociología de la mujer, con el curso Sociología de las minorías.

También su paso por el programa Foro de la Mujer, de Radio Universidad, así como sus artículos en varias publicaciones y en la revista pionera del feminismo latinoamericano que contribuyó a fundar con el título de FEM.

Desde la Agrupación Internacional de Mujeres contra la Represión, la autora de poemarios y trabajos académicos luchó por el rescate de la cultura mexicana, por las mujeres oprimidas y por la solidaridad con los pueblos latinoamericanos pisoteados por dictaduras militares.

Esto explica por qué «inmediatamente después de conocerse la noticia de su desaparición, se formó el Comité por la Vida de Alaíde Foppa y los desplegados y los artículos abogando por su aparición, sana y salva, comenzaron a inundar los periódicos de Ciudad México», como reseñó Proceso.

Pese a la insistencia dentro y fuera de este país nunca más se supo de Foppa desde que fue arrebatada de la novena avenida de la zona uno de ciudad de Guatemala, salvo versiones en torno a su supuesta muerte en tortura la primera noche de su secuestro.

Hacia 2000, luego de una intensa campaña internacional por el rescate de sus restos y la aplicación de la ley contra los culpables de su muerte, la Fundación de Antropología Forense de Guatemala comprobó que parte de su cuerpo exánime y torturado yacía en el cementerio capitalino La Verbena.

Así, el dolor por la pérdida no cesa entre sus amigos y familiares, aunque tal vez aún Foppa anda, como vaticinó en uno de sus poemas: «Ya que no tengo alas, me bastan mis pies que danzan y que no acaban de recorrer el mundo».

Fuente: [http://www.jornada.unam.mx/2016/12/23/cultura/a06n1cul]