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Un empresario ejemplar

Sobre un hombre que encarnó sin estridencias el ideario liberal.

Mario Roberto Morales

Hace poco más de 35 años, mi tocayo Roberto Miguel Cárcamo (Miguelito) fundó su primer taller industrial de metales pesados en la azotea de su casa. Nos habíamos dejado de ver cuando nos graduamos de bachilleres en el English American School (EAS) y no conversamos sino esporádicamente hasta un reencuentro a finales de los 90, cuando reanudamos la amistad que habíamos empezado desde los primeros años de la primaria.

Entonces, asistí a una fiesta de fin de año en sus Talleres Cárcamo y estuve en compañía de multitud de obreros y personal de oficina en sus instalaciones de la zona 1. Esa vez pude medir su capacidad empresarial, su empuje emprendedor y los resultados de su tenacidad, paciencia y perseverancia. Rodeado de maquinaria pesada que había sido diseñada y construida por él en sus talleres, me congratulé por que hubiera en mi país empresarios locales que se dedicaran a la fabricación de medios de producción y no sólo a las industrias livianas de transformación de productos agrícolas. Me sentí orgulloso de ser su amigo y pensé que si el Estado estimulara la pequeña, mediana y gran empresa autónoma y competitiva, este país tendría miles de emprendedores como él y nuestra economía se basaría en la productividad y no en el parasitismo de las franquicias y la dictadura de los oligopolios, que demuelen los pilares del ideario liberal; es decir, la libre competencia y la igualdad de oportunidades.

De entonces a la fecha, mi tocayo y yo hemos sido amigos cercanos gracias a la mediación de otro de mis compañeros de primaria y secundaria, Ricardo de León (Chispa), quien, junto a Miguelito y otros amigos del EAS, protagonizan algunas escenas colegiales de mi novela juvenil Los Demonios Salvajes. Entrañables amigos, los tres solíamos tomar el sol en la casa que mi tocayo y su familia tienen a inmediaciones de Chulamar, y allí acostumbrábamos recordar vivencias de nuestra niñez y adolescencia. Esto, sin embargo, acabó abruptamente la madrugada del 25 de diciembre pasado, cuando a Miguelito le falló el corazón y falleció estando con su familia.

Su brusca partida ha dejado un vacío insondable no sólo por haber sido un empresario ejemplar por su honradez, tenacidad y perseverancia, sino también un hombre afable, simpático, alegre, generoso y sin pretenciosidades ni arrogancias. Su sencillez y gran corazón hacían que cuando charlábamos yo lo observara porque me recordaba a mi padre, quien también fue un hombre que construyó a partir de muy poco y que, además de medios económicos, me legó un ejemplo imperecedero de solidaridad.

El legado material de Miguelito se llama INCAPROSA, una gran fábrica de maquinaria pesada con sucursales de ventas aquí y en varios países de Centroamérica. Su herencia ideológica consiste en haber sido un ingeniero creativo y un empresario que, con sus propios medios, edificó una compañía original y pujante que es ejemplo para quienes buscan escapar del yugo de los oligopolios financieros, los monopolios oligárquicos y el mercantilismo corrupto. En tal sentido, mi tocayo Roberto Miguel es un ejemplo moral en el medio corporativo. Con miles de patronos como él produciendo bienes pesados para fabricar bienes livianos y creando empleo masivo, este país tendría una economía potente y una democracia estable. Por eso, con estas palabras honro su memoria y le digo: Al rato (pero sin prisas) te caemos Chispa y yo por allí, tocayo.

Mario Roberto Morales
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